La libertad debe ser muy molesta para algunos. Sonroja escuchar a Leire Pajín decir que el PP contribuye a dividir la opinión de los españoles en relación a Cuba, o a Trinidad Jiménez que Moragas ha ido a Cuba a "provocar", o a Rafael Estrella decir, con indignación, que este diputado español fue "deliberadamente" a que lo expulsaran. Sin duda lo peor es el plan del ministerio de Exteriores español, el de Moratinos, consistente en quebrar la dictadura castrista mediante el fomento de la cooperación económica, y el apoyo moral al régimen ante la Unión Europea y frente a EE.UU. Quizá el ministro no se ha percatado de que el problema cubano es de derechos humanos, y que está en juego la vida de muchas personas simplemente por pensar y vivir de forma distinta.
¿Por qué hay una parte de la izquierda española, y occidental, que defiende el castrismo, que siempre le pone "peros" y justificaciones, que repite la comparación propagandística que hace el régimen castrista con respecto a otros países hispanoamericanos? Sin hacer psicología social, es evidente que hay dos grandes razones. La primera es que la Cuba comunista ha sido el sueño tropical y socialista de la izquierda del mayo del 68, de esa gauche divine, contradictoria y ridícula, que siempre ha vivido tan bien entre capitalistas. La Cuba de Castro era aquella romántica oportunidad, el pozo de ilusiones que se perdió para algunos comunistas europeos, entre ellos, Zaldívar, el actual embajador español en La Habana.
Pero, además, este castrismo de salón bebe en uno de los pilares del izquierdismo actual: el antiamericanismo. EE.UU es el causante de la inestabilidad y pobreza mundiales, de las dictaduras que hoy surcan el planeta ya sea por acción u omisión. El embargo estadounidense es para ellos la causa principal de la miseria cubana, y no importa cuántas veces se explique que es una medida meramente formal que no le cierra el mercado a la Isla. Los antiamericanos ven en Fidel Castro al héroe latino que, como dijo Bono, nuestro ministro de Defensa, no "hinca las rodillas" ante el imperialismo yanqui.
El castrismo de sofá cama occidental le hace el juego al dictador caribeño cuando distingue entre los opositores a la dictadura. Sostiene que los de Miami, más yanquis que otra cosa, son derechistas que quieren comprar la Isla, y que la UE debe optar por opciones más "progresistas". Pero son soflamas vacías. Oswaldo Payá o Raúl Rivero han sido prácticamente ignorados por la izquierda, y aún alguno ha querido ver en ellos a agentes de EE.UU.
La oposición a Castro, con todos sus matices y diferencias, quiere el fin de la dictadura comunista en Cuba, el establecimiento de un régimen que respete los derechos individuales, y en el que se pueda concurrir libre y democráticamente por el poder. ¿Tan difícil es de entender? ¿O es que no es posible aceptar que la derecha pida la democracia contra una dictadura de izquierdas?