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Hana Fischer

¿Por qué fracasaron las reformas de los 90?

los gobernantes decidieron que debían "velar" por los habitantes. Impusieron normas que aumentaron considerablemente a la burocracia existente

No se puede establecer el imperio de la libertad sin el de las costumbres, ni consolidar las conductas si no están de acuerdo con las ideas. En Latinoamérica las reformas mal llamadas "liberales" fracasaron porque fueron meramente superficiales. No fueron acompañadas por las creencias ni por los hábitos imperantes, que era el cambio fundamental para hacer a esa "revolución" útil.
 
Alexis de Tocqueville nos advierte acerca de lo peligroso que resulta unir a la necesaria centralización gubernamental, la administrativa. Dice que así se acostumbra al individuo a obedecer en todo y todos los días. Simultáneamente, el Estado adquiere un poder descomunal.
 
Cuando la administración central pretende reemplazar por completo el concurso libre de los interesados se engaña o pretende engañar porque la fuerza colectiva de los ciudadanos será siempre más poderosa para producir el bienestar social que la autoridad del gobierno.
 
Al respecto, la evolución uruguaya es tan ilustrativa como trágica. En 1850, Montevideo estaba escasamente poblado. A fines del siglo XIX, se había transformado en un "hervidero" humano. Esa "explosión" demográfica se debió a la llegada masiva de inmigrantes. Ellos venían en busca de un lugar para vivir, donde los "dejaran hacer".
 
Eran "analfabetos" pero no "ignorantes". Sabían lo esencial: que es tan temible la dictadura política como la económica y que para alcanzar una vida digna es fundamental verse libre de la opresión estatal. O sea, de impuestos agobiantes y regulaciones que "encadenen" a la iniciativa individual.
 
Esas personas humildes y trabajadoras se reconocían responsables de sí mismos. Por lo tanto, no dejaban de prever para su vejez. En aquel Uruguay de principios del siglo XX, los obreros no sólo eran capaces de levantar su propia vivienda, sino que solían hacer otra para alquilar. Así aseguraban su tranquilidad futura y la de su familia.
 
Luego, los gobernantes decidieron que debían "velar" por los habitantes. Impusieron normas que aumentaron considerablemente a la burocracia existente. En consecuencia, los impuestos comenzaron a succionar una porción cada vez más importante de los ingresos de la gente.
 
Hacia mediados del siglo XX, teníamos un único sistema -estatal y obligatorio– de previsión social, terriblemente ineficiente. Además, había algunas jubilaciones "privilegiadas", mientras que la mayoría estaban "sumergidas". No tenían relación con los aportes realizados durante la etapa activa de la vida.
 
El golpe de gracia lo dieron cuando administradores gubernamentales compraron con esos ahorros bonos de la deuda pública que terminaron siendo simplemente "papel". Así fue como se despojó a varias generaciones de trabajadores, cuyos ingresos –descontadas las cargas tributarias– ya no alcanzaban para construir, ni siquiera su propio techo.
 
La bancarrota del régimen obligó a buscar alternativas. Por eso en los años 90 se crearon las administradoras previsionales privadas (AFAPs). Dado los antecedentes, expresamente se las quiso dejar fuera del alcance de los políticos.
 
Sin embargo, la "inercia" cultural tan arraigada puede más. En estos meses previos a las elecciones, pululan los discursos demagógicos, llenos de "soluciones" para todos. ¿De dónde saldrán los recursos? ¡Obviamente que de las AFAPs! Tienen tanto dinero "inactivo", que los candidatos, tan "dinámicos" ellos, quieren ponerlo a "trabajar" en pos de un Uruguay "productivo".
 
Parecen "olvidar" un pequeño detalle. Que esos fondos, 1.425.000 de dólares, no son de los candidatos ni de los gobernantes, sino de 648.583 ciudadanos que, mes a mes, aportan dinero de su bolsillo,para asegurarse un retiro tranquilo.
 
Lo peor es que ese capital en la práctica no existe. Una "ordenanza" del Banco Central obligó a colocar el 75% de esos fondos en papeles públicos. O sea que esa disponibilidad ya se la gastó el Estado. Con el agravante que la amenaza de caer en suspensión de pagos pende sobre nuestras cabezas.
 
Nuevamente, el futuro no luce muy promisorio para los trabajadores. Irónicamente, el titular del Banco Central, fue distinguido como "banquero del 2003" entre sus pares de las Américas, por la revista "The Banker".
 
Citando a Tocqueville diré que al escribir esta columna "no pretendí servir ni combatir a ningún partido. No quise ver, desde un ángulo distinto del de los partidos sino más allá de lo que ellos ven; y mientras ellos se ocupan del mañana, yo he querido pensar en el porvenir".
 
© AIPE
 
Hana  Fischer es analista uruguaya

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