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Cristina Losada

Se les conoce demasiado

Hace tiempo ya que la izquierda decente le dio la espalda al régimen castrista. La mayoría de la izquierda española, sin embargo, prefiere darle la espalda al pueblo cubano

Hay frases que dejan al descubierto la entraña de un régimen. El ministro de Exteriores cubano pronunció una de ellas al decir tras la expulsión del diputado Jorge Moragas: "No sé cómo imaginó que podría entrar al país, no nos conoce". Dijo otras, también reveladoras, pero en ese "no nos conoce" resonaba la insolencia del poder absoluto. Y el eco a gulag y a Lubianka, y también a Gestapo, me retrotrajo a Cuba y a la Unión Soviética –de la que Castro aprendió con aprovechamiento sus técnicas de dominación– cuando las visité, hace ahora veinte años. Fui allí como simple viajera sabiendo que eran dictaduras, pero no había podido imaginar sobre cuánto desprecio al ser humano se edificaban. No los conocía yo tampoco. Luego, sí.
 
Cualquiera que en aquellos países ejercía algún poder, desde el que controlaba al pasaje de un tren hasta un jefe de camareros, pasando por los que interrogaban y registraban en las fronteras, trataba a sus conciudadanos, a los "compañeros" y "camaradas", ¡qué sarcasmo!, como si fueran basura. El desprecio hacia el pueblo fluía como un veneno por las arterias del aparato estatal y se derramaba inmisericorde sobre la gente: la señora que trataba de entrar con juguetes para su nieto, el hombre que, envalentonado por la bebida, se atrevía a quejarse, y otros, la gran mayoría, que no hacían nada reprensible, que eran obedientes, pero que debían grabar en sus almas que no valían nada: sólo eran peones a disposición del Partido. Más que súbditos, siervos, más que siervos, esclavos.
 
El fascismo es el desprecio, escribe Camus en El hombre rebelde. En la URSS y en Cuba, era tan denso que daba náuseas. Más aún porque el sistema de anulación y, si fuera preciso, como lo ha sido en abundancia, de aniquilación de la persona, cubría sus vergüenzas con el sayo de las buenas intenciones, la capa mágica de la utopía que tanto gusta a quienes no deben soportar sus efectos. Aquí, hay muchos de esos. Algunos se sientan en el gobierno y en el Congreso. Hasta en la propia embajada española en Cuba, que debía ser refugio para los demócratas y ahora los insulta y los desprecia. Otros son novelistas, cineastas, músicos, intelectuales. No pocos viajan a la isla y, como los que antaño fueron a la URSS y volvieron pregonando alabanzas, ayudando a perpetuar el engaño, permanecen ciegos al sufrimiento del pueblo. Voluntariamente ciegos. Deliberadamente insensibles. Inmoralmente equidistantes.
 
Hace tiempo ya que la izquierda decente le dio la espalda al régimen castrista. La mayoría de la izquierda española, sin embargo, prefiere darle la espalda al pueblo cubano. El gobierno, cuyo reloj marca sin cesar tiempos pasados y aún hace de ello ostentación, ha decidido dar su próximo paso atrás templando gaitas con la dictadura estalinista del Caribe. El canciller cubano los conoce bien y se ha puesto a dictarles: si nos presionan, dijo, "seguiremos de esta manera mil años". La coartada está servida, aunque es chantaje. El PSOE y sus socios entrarán por el aro. Se diría que para ellos, el enemigo no son las dictaduras –y menos aquellas con las que aún mantienen parentesco ideológico– sino el PP.

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