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EDITORIAL

Ibarra o la alegre confesión de un encubrimiento

¿Por quién quiere Ibarra que le tomemos con estas declaraciones suyas? ¿Por un mentiroso o por un cobarde encubridor? ¿O se trata acaso de las dos cosas?

Uno de los males añadidos al cúmulo de bajezas, disparates, ocultaciones, contradicciones y fragrantes irresponsabilidades que está haciendo gala el gobierno de ZP en tan breve espacio de tiempo, es que la ciudadanía termine insensibilizándose ante ellos, que acepte como normal o, como mucho, con leve desagrado lo que debería merecer el más frontal y acentuado de los rechazos.
 
Habría mucho que hablar de este lamentable proceso, al que está contribuyendo, por paradójico y suicida que parezca y sea, el escaso ejercicio del liderazgo y el bajo perfil de la oposición popular. Pero baste ahora sólo con apuntarlo para abordar y enmarcar la displicencia y tranquilidad con la que el presidente de Extremadura ha hechos unas declaraciones que deberían merecer el mayor de los escándalos.
 
Asi, como el que no dice nada, Ibarra ha confesado sentirse ante los encarcelamientos generados por los juicios de los crímenes del GAL y los fondos reservados, como "un sacerdote al que un individuo le ha confesado que es autor de un asesinato y ve que están condenando a otro a la cárcel por ese tema". Un periodista que no terminaba de dar crédito a sus oídos, ha requerido al dirigente socialista si, con este ejemplo, quería decir que conocía la autoría de aquellos delitos, a lo que el presidente extremeño ha contestado tranquilamente que “puede que sí, pero no lo he dicho porque nadie me lo ha preguntado”.
 
Vaya por delante que el presidente extremeño no es un sacerdote al que le obliga secreto de confesión alguno, lo cual no le eximiría tampoco de colaborar con la justicia. Ibarra es un ciudadano que, como autoridad pública, o bien acaba de dar un falso testimonio o bien ha confesado algo tan grave como parar poder ser considerado responsable de un posible delito de encubrimiento. Al margen de sus hipotéticos efectos penales, de ser ciertas las declaraciones de Ibarra, sería una completa infamia moral no haber acudido a los tribunales para impedir que un “inocente” acarreara con las condenas de las que se ha librado quien le confesó al presidente extremeño ser el culpable. Encima tiene la desfachatez de alegar que nadie se lo había preguntado. Pues ahora le preguntamos: ¿Por quién quiere Ibarra que le tomemos con estas declaraciones suyas? ¿Por un mentiroso o por un cobarde encubridor? ¿O se trata acaso de las dos cosas?

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