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Fernando R. Genovés

De repente, el mercado

Llama la atención, aunque ya estamos acostumbrados, que esta cantinela se difunda en la mayor industria nacional de propaganda bruta, en la empresa de radiación y propagación de embustes y malicias más desinhibida del país

Creo recordar que fue hace unos meses, en una entrevista radiofónica realizada en La Mañana de la COPE, cuando escuché a Arcadi Espada explicar con ironía porqué está uno excusado al penetrar en los dominios del lobo del Grupo Prisa: tal paso entraña una experiencia que, después de todo, vale la pena… Entre sus sábanas, en efecto, uno no encuentra normalmente placidez, ponderación y descanso reparador, pero, sin duda, sí halla una fuente inagotable de inspiración. Más que información y opiniones templadas, la lectura del autodenominado "diario independiente de la mañana" procura y provoca un estimulante manantial de pensamientos críticos, un impulso intelectual de refutación.
 
Y así es. Abre una persona sensible y cultivada el diario oficial socialista y repara al azar en un titular, entrevista, columna, crónica o reportaje cualquiera. De repente, salta un insulto a la inteligencia, una barbaridad lanzada contra España, América, el liberalismo o el mercado, vengan o no al caso. De pronto, siente la urgente necesidad de entrar en debate, de puntualizar a Vidal-Beneyto, a Verdú, a Rubert de Ventós, a Peces-Barba, a Haro Tecglen… e invitados; de participar, en fin: ¿será este impulso un efecto de la magia "ciudadanista" que transpiran sus páginas? No. Supone más bien un reto intelectual y un asunto de salud democrática a fin de poner coto a sus constantes desmanes, para no permitir que allí se diga siempre la última palabra y sienten cátedra sus autoridades, impunemente.
 
Precisamente, de expertos, silencios cómplices y quinto poder escribía hace días el filósofo Rafael Argullol en un artículo inteligente y sutil, más que nada por su doblez (El País, 23 de octubre). Para Argullol, más allá de los cuatro poderes ya instituidos, despunta en nuestra sociedad un quinto: "el que se alimenta constantemente de la opacidad y el silencio, y rodea las circunstancias cotidianas del hombre con tupidas salvas de imágenes y palabras." Viene esto a cuento de que todos callan, especialmente los tenidos por expertos, ante los peligros de la carretera o los riesgos que contienen muchos fármacos que consumimos. Los problemas más comunes, en realidad, observados con claridad y llaneza, resultan sencillos de resolver, mas cuando llegan a manos de los "entendidos", se complican y se tornan asuntos complejísimos. Hasta ahí, el tema avanza sin problemas.
 
Pero, de repente, aparece el mercado. Y ante su tenebrosidad se hace la luz. Ocurre que una conspiración del silencio formada por "expertos" nos oculta la verdad de la realidad "en un lugar oculto del laberinto del mercado". La sociedad de ciudadanos participativos, por la alianza de especuladores y egoístas, pasa a transformarse en "un mercado de consumidores silenciados". El horizonte de la comunicación y el mundo de la vida se oscurecen por la presencia de la empresa, de las industrias automovilísticas y farmacéuticas, de las agencias de publicidad: "Al fondo, desde luego, la codicia y el beneficio sin escrúpulos". Nadie decide entrar en el corazón del quinto poder, más conocido como "Gran Mercado", para matar al terrible Minotauro que lo protege, y, claro, el filósofo se indigna. Nadie es capaz de hacerlo: "ni siquiera los Estados, de proponérselo. Silencio, por tanto". Así pues, cuando el Estado calla, el Gran Capital ruge.
 
Lección de economía y ciudadanía en dos páginas. Llama la atención, aunque ya estamos acostumbrados, que esta cantinela se difunda en la mayor industria nacional de propaganda bruta, en la empresa de radiación y propagación de embustes y malicias más desinhibida del país. Justamente allí, para mayor sarcasmo y sorna, donde velan sus armas periodísticas y afilan sus lápices las lumbreras que acaban formando los "comités de sabios" que pretenden dar brillo y esplendor a las actuaciones del Ejecutivo socialista. "Imagínese que no deja su vida en manos de expertos", sugiere Argullol al lector. Imagínese, pues, un día sinEl País. Vale la pena.

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