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Alberto Recarte

Castro: nueva revolución cultural

Hacía diez años que en Cuba convivían dos tipos de personas: las que tenían acceso a dólares y las que no. La solución no ha sido ampliar el censo de los que tenían dólares, sino igualar a todos en la miseria

El malvado Castro está decidido a que los cubanos vivan, si cabe, todavía un poco peor. La decisión de prohibir la circulación del dólar norteamericano significa un nuevo empobrecimiento. A partir de ahora el que consiga dólares, por envíos de familiares que viven en el exterior, o por su trabajo relacionado con el turismo, estará obligado a transformarlos al tipo de cambio oficial, además de pagar un 10% por dicho cambio.
 
El también criminal Mao Tse Tung gustaba de conceder pequeñas parcelas de libertad para, a continuación, esclavizar y asesinar a los que la hubieran utilizado. La revolución cultural china fue la última de las grandes depuraciones maoístas, y acabó con la vida de millones de personas. No pudo hacer más porque fue desplazado del poder por Deng Tsiao Ping.
 
Castro ha demostrado ser más resistente. Esta es, al menos, la cuarta vez en que da marcha atrás sobre previas decisiones económicas que habían reconocido mínimos derechos a los cubanos y que habían demostrado eficacia económica. La primera relajación revolucionaria se produjo tras el fracaso de la zafra de los 10 millones, la segunda tras el intento de introducir un sistema económico planificado copiado de los soviéticos, la tercera tras la desaparición de la URSS y la cuarta después de las penurias del denominado periodo especial. El objetivo de las contrarreformas ha sido siempre el mismo: eliminar los derechos económicos reconocidos previamente, porque para Castro cualquiera que tenga un mínimo de independencia económica es un peligro para su revolución y debe ser eliminado. El bienestar de la población no importa. El desarrollo económico no importa. Una población hambrienta es una población más fácilmente manejable. Para un régimen estalinista, la miseria es mejor que la prosperidad.
 
Hacía diez años que en Cuba convivían dos tipos de personas: las que tenían acceso a dólares y las que no. La solución no ha sido ampliar el censo de los que tenían dólares, sino igualar a todos en la miseria. En este contexto, y con semejante alimaña, el gobierno español predica el acercamiento, el apaciguamiento. Revisen la historia cubana desde la desgracia que ha significado la revolución para millones de personas y comprobarán que todos los momentos de recuperación económica o cualquier posibilidad de mejoría a través del ejercicio de la libertad personal, se han saldado con decisiones como ésta.
 
Hay, sin embargo, un aparente contrasentido en esta nueva vuelta atrás. Anteriormente, en las otras ocasiones, esa marcha atrás se producía cuando la situación había empezado a mejorar. Por lo que sabemos la situación en Cuba es peor que nunca, en parte por el precio del petróleo y el fracaso de las exploraciones petrolíferas de Repsol-YPF. Excepto que Chávez se haya comprometido a compensar –como hacía la URSS– cualquier nuevo déficit comercial exterior por el encarecimiento del petróleo. Si esto no es así la decisión de eliminar el dólar de la circulación es una medida desesperada, para evitar, quizá, el levantamiento de los más pobres, los que no tienen dólares ni trabajo.
 

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