Probablemente, George W. Bush no vivirá lo bastante para agradecer a Michael Moore la campaña de agitación brutal organizada en su contra durante estos últimos meses. Moore, sus amigos rockeros, el mundo de Hollywood y en general los autotitulados intelectuales de la costa este, no entienden que un estúpido integral —así se refieren a Bush— les haya ganado, sacando además ocho millones de votos más que en las elecciones del 2000 y convirtiéndose, de paso, en el presidente norteamericano más votado de la historia. Nuestro Manuel Azaña tenía bien claro que en un régimen democrático sólo la izquierda tiene títulos para gobernar, pero en los extravagantes Estados Unidos dejan votar a la gente humilde de las zonas rurales, que no leen a Chomsky ni son progresistas ni nada y luego pasa lo que pasa. Es de justicia reconocer que el comando de agitprog ultraizquierdista agrupado bajo las siglas de Moveon ha aportado también su granito de arena en el éxito electoral de Bush: de los 22 candidatos demócratas que contaban con su apoyo público para el congreso y el senado, veintidós se han pegado el batacazo. No está nada mal.
Los intelectuales e intelectualas de progreso estadounidenses preparan ya las maletas para exiliarse —suponemos que a países auténticamente democráticos como Cuba—, pues según anunciaron durante la campaña, cuatro años más de la administración Bush llevarían aparejados la definitiva fascistización del país. En efecto, en estos cuatro años pueden esperar «el frenazo en seco de la continua agitación de los insurgentes en Faluya. Bush y Rumsfeld no tendrán que preocuparse en mucho tiempo de las delicadas sensibilidades domésticas (...). Más aún, los Estados Unidos acaban de adquirir una mayor fuerza negociadora con los Mulás de Irán. Y cuando decimos fortaleza negociadora nos referimos a la amenaza creciente de una potencia de fuego muy superior. Irán se arriesga a perder mucho dinero, hombres y material en Faluya también». Ya ven, ni alianza de civilizaciones ni multiculturalismo: fascismo puro.
Pero la victoria de Bush demuestra también que el odio sistemático que le dispensa la vieja Europa, responde a que el presidente norteamericano «encarna todo lo que son los Estados Unidos y Europa no: no sólo un extraordinario poderío militar y económico sino un ejemplo de confianza y ferviente patriotismo. Mientras Europa se encharca en una culpabilidad histórica y un feroz auto-odio —inmersa en su propio pasado imperdonable hasta el punto que la propia constitución europea prohíbe realmente cualquier atisbo de orgullo nacional— los EEUU están profundamente orgullosos de sus milagrosas conquistas».