Bush, el presidente de EEUU que no responde a la llamadas del presidente español, se ha reunido, a petición propia y en la Casa Blanca, con Aznar. Los analistas que se desgañitan contra el Imperio hablarán de la vejación al gobierno soberano español, pero ¿le cabe otra posibilidad a Bush? Es decir, ¿cómo verían sus compatriotas, y todas las cancillerías del mundo, que no respondiera de alguna manera a la imagen de un ZP "toca narices de Bush", como escribía la prensa alemana hace unos días?
Sí, como españoles, molesta que se responda al presidente de Sierra Leona o al de Swazilandia antes que al nuestro, pero es comprensible la actitud de Bush. Y su reacción ha sido lógica, y es razonable que no le pese correr el rumor de que no nombrará embajador en Madrid en seis meses, que impida la construcción de seis fragatas en España para Israel, que no nos encargue el suculento mantenimiento de la Sexta Flota, y que convierta a nuestro competidor Marruecos en su aliado preferente. ¿Qué esperaba el Gobierno socialista tras retirar las tropas antes de lo que le aseguró Bono a Powell, y pedir ZP en Túnez a todos los aliados que hicieran lo mismo? ¿Que le invitara a una barbacoa en su rancho de Texas para celebrar la victoria del 2 de noviembre?
Pero no todo es mohína. Se vislumbra algo positivo. La nueva administración republicana considera que el antiamericanismo, o el antibushismo de Zapatero, Moratinos, Bono, Blanco, Trinidad Jiménez y compañía, no supone que España, la nación, haya roto la alianza con EEUU, sino que ahora gobierna en nuestro país un Ejecutivo con una política exterior, digamos, equivocada. Quizá los neocon que asesoran a Powell y Rumsfeld crean que, a medio plazo, con la ayuda paternalista de Schröder, y habiendo convertido el Gobierno ZP la rectificación en un arte digno del Renacimiento, la situación se pueda reconducir.
La cita con Aznar no deja de ser, por tanto, un alivio para los que siempre hemos creído que una amistad estrecha con la primera potencia del mundo es, al menos, tan decisiva para nuestros intereses como la pertenencia a la Unión Europea. Por esto, la entrevista con el ex presidente Aznar tiene un aspecto positivo que, aunque a Zapatero le provoque sarpullido, debe aprovechar, por el bien de España, buscando su mediación en este inútil conflicto. Se trata de transformar el talante en inteligencia, diplomacia y saber estar; creerse que ya no es la oposición, que las pancartas se acabaron, y que debe gobernar para mimar los intereses nacionales, no los del PSOE o los de la izquierda de tramoya y celuloide.