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EDITORIAL

La valentía según Elorza

es imprescindible, a su juicio, que Zapatero sea valiente, esto es, que reviente el Pacto por las Libertades y dilapide casi un lustro de cooperación constitucionalista de los dos principales partidos del País Vasco

El alcalde de San Sebastián y mandarín privilegiado del Partido Socialista en el País Vasco se destapó ayer en el Diario Vasco con un artículo -compartido con Gemma Zabaleta y Denis Ichaso- en el que pedía la reagrupación de los presos etarras en cárceles de su comunidad autónoma y la revisión de la ilegalización de Batasuna. Lo del acercamiento de presos no merece ni comentario, pues se trata de una de las consignas madre de cualquier nacionalista vasco que se precie, sin embargo, someter a un nuevo escrutinio legal el estatus de Batasuna que permanece fuera de la ley desde que, en un alarde de coraje, PP y PSOE decidiesen hacer frente al sustento político de la hidra terrorista.
 
Odón Elorza, el enfant terrible del socialismo vascongado, no es la primera vez que nada a contracorriente y defiende posturas que, desde donde se mire, son del todo intolerables. El alcalde donostiarra, nacional y socialista, ha tomado desde hace tiempo el hábito de desmarcarse de la guía política que su partido –y el sentido común- siguen en el País Vasco. Hace poco más de un año recibió “un toque” desde Madrid por dar cobijo en los plenos municipales a debates sobre el plan Ibarreche que, de seguro, hacían las delicias de sus conmilitones del PNV y EA pero que, por su propia naturaleza, violentaban el cometido propio de una corporación local desde la que Elorza siempre ha pretendido política de altos vuelos.  
 
Tras “el toque” de Ferraz y la inesperada victoria socialista del 14 de marzo la estrategia del munícipe parece haber variado. De una contemporización harto frustrante con el plan secesionista del Lehendakari ha pasado a inclinarse por la vía catalana, es decir, por un remedo vasco de la ruptura constitucional que Pasqual Maragall está ensayando en el Principado. El pasado verano, al hilo de la armonía entre Zapatero y el presidente de la Generalidad, Elorza aseguró que Maragall “sabe perfectamente lo que se hace y lo que se dice” para continuar decantándose por el modo catalán de dinamitar nuestra Carta Magna, “esa es la vía, no puede haber otra” afirmó.
 
En este nuevo sendero por el que Elorza, y sus inseparables Zabaleta e Ichaso, quiere enveredar al PSOE vasco es imprescindible, a su juicio, que Zapatero sea valiente, esto es, que reviente el Pacto por las Libertades y dilapide casi un lustro de cooperación constitucionalista de los dos principales partidos del País Vasco. Transigir con el acercamiento de los presos –para acto seguido transferir las competencias penitenciarias- sería un error de gran calado muy difícil de explicar a la ciudadanía por mucho humanitarismo que Elorza le ponga. Volver los ojos sobre la Ley de Partidos para amputarla y dejarla reducida a su mínima expresión produciría un daño irreparable. Elorza, en un ataque de clarividencia, considera un riesgo dar estos pasos, eso sí, un riesgo necesario que traerá aparejada mayor libertad y una mejor convivencia.
 
Quizá, al poco habituado a la verborrea de los políticos, especialmente cuando éstos son nacionalistas vascos, el país de nunca jamás que pinta Elorza desde su tribuna en el Diario Vasco pueda parecerle hasta atractivo. No lo es. Reagrupar los presos en el País Vasco o devolver Batasuna a la legalidad es regalar un balón de oxígeno innecesario a los que nos han estado haciendo la vida imposible durante las últimas tres décadas, es, en definitiva, dejarles ganar un partido que perdieron hace tiempo gracias al tesón, esfuerzo y compromiso de los que luchan por la libertad en aquella comunidad autónoma y fuera de ella.
 
La pelota, no obstante, está en el tejado del Gobierno. Una más. Si las presiones del tripartito en Cataluña, el desbarajuste exterior de la era Moratinos y las amenazas veladas de Vera y su camarilla no eran suficientes, el Ejecutivo tiene ahora un nuevo frente, el del norte, el que consideraba pacificado y a buen recaudo tras la defenestración infame de Redondo Terreros tras las elecciones vascas de 2001. Rodríguez Zapatero tiene que ser inflexible en un asunto tan delicado como este. Gran parte del trabajo está ya hecho. La herencia de los gobiernos de Aznar es espléndida y bien pueden capitalizarla los socialistas a poco que mantengan la firmeza en unos presupuestos políticos que han dado unos réditos excelentes.
 
Si Zapatero se muestra sereno y no cede al último valladar que les queda a los constitucionalistas vascos, éstos pueden aun mantener encendida la llama de la esperanza. Si, por el contrario, se empeña en seguir ejerciendo de aprendiz de brujo lo más probable es que, también el País Vasco, se le escape de las manos y lo tenga que lamentar más adelante. Para hacer frente a los cantos de sirena que provienen de su propio partido sólo necesita determinación y valentía, pero no de la que demanda Elorza, sino de la verdadera, de la nacida del convencimiento que sólo con la Ley y los principios puede cerrarse el episodio más negro de nuestra historia reciente.   

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