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José García Domínguez

Un fantasma recorre Cataluña

la Generalitat de Cataluña acaba de descubrir con consternación que el ochenta por ciento de los catalanes padecemos idéntica enfermedad que el creador del Padre Brown: no somos nacionalistas

"No le puedo contestar, no los he conocido a todos". Tras retornar de París, ésa fue la respuesta de Chesterton a un periodista interesado en averiguar qué pensaban los franceses acerca de lo humano y lo divino. Aquel inglés trastornado también ignoraba que el espíritu de Francia no sólo es eterno e inmutable, sino que existe con independencia de lo que erradamente declaren los franceses concretos, los de carne y hueso. Digo también, porque la Generalitat de Cataluña acaba de descubrir con consternación que el ochenta por ciento de los catalanes padecemos idéntica enfermedad que el creador del Padre Brown: no somos nacionalistas. Resulta que han vuelto a realizar la encuesta de siempre, y hemos vuelto a equivocarnos, como siempre. Así, ocho de cada diez, en nuestra enajenación, afirmamos estar encantados de ser españoles, y declaramos no aspirar a convertirnos en otra cosa.
 
En la Unión Soviética fue crónica una epidemia similar, mas nunca alcanzaría el porcentaje crítico de víctimas que se da entre nosotros. Allí, la combatieron por la vía de internar en psiquiátricos a todos los perturbados que no comprendían que el comunismo es la forma natural de gobernar una sociedad. Aquí, sólo cabrá la declaración de zona catastrófica, y convertir oficialmente al Balneario en un lazareto para sus siete millones de pacientes.
 
Lo cierto es que la etiología de la infección se ignora. Los científicos, es decir, los miembros del tripartito que lograron licenciarse en Filología Catalana, se muestran desconcertados ante la imparable extensión del virus o la bacteria, que tampoco ese extremo ha sido discernido. En el siglo XIX, otra eminencia, Herder, ya estableciera la verdad indiscutible de que las lenguas y las literaturas son "nacionales". Y desde entonces, sólo los ignorantes seguíamos aferrados a la superstición de que los idiomas no expresan una manera única de ser y de concebir la patria de la gente que se comunica a través de ellos. Pero apenas éramos cuatro zotes colaboracionistas –la mitad, a sueldo del oro de Madrid– los empecinados en ese error anticientífico. De ahí la consternación institucional al constatar que tantísimos catalanes se pasen ahora el Volksgeist por el forro de las obras completas de Carod-Rovira.
 
Para hacerse una idea de la gravedad de la situación, basta certificar que hasta el propio Maragall presenta los síntomas de una variante autodestructiva de la enfermedad. No cabe otra explicación a su veto a Valentí Puig como presidente del Instituto Ramon Rull. Pujol también hiciera todo lo posible por humillar a los otros dos escritores –Pla y Gaziel– que ha dado la literatura catalana en los últimos cien años. Pero nunca se atrevió a tanto. Condecorar a una Maruja Torres cualquiera, al tiempo que se combate con todas las armas del Presupuesto contra la alta cultura en catalán, era demasiado hasta para él. Está claro: un fantasma recorre Cataluña. Y para aflicción de los independentistas, esta vez no se trata del de Xavier Robert de Ventós.

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