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EDITORIAL

Zapatero y su “histórica” visita al Senado

Una cosa es que el Senado sea la Cámara de representación territorial y otra, muy distinta, una Asamblea de Naciones, con traductores incluidos

En esa línea de exaltar las formas para distraer la atención sobre lo alarmante del fondo, la máquina propagandista del Gobierno no ha hecho más que exaltar la comparecencia de Zapatero en el Senado, señalando que se trata de la primera vez que lo hace un jefe del Ejecutivo.
 
Lástima, sin embargo, que ese estreno en la Cámara Alta lo haya aprovechado este presidente del Gobierno para volver a demostrar el desprecio que le merece uno de los pilares en que se fundamenta nuestra Constitución: la afirmación de España como nación. Así, tras requerirle oportunamente Pío García Escudero que aclare si considera superado el concepto de “nación” establecido en la Constitución, el presidente del Gobierno no sólo se ha negado a responder esta simple pero trascendental cuestión, sino que ha tachado de “fundamentalista” al diputado popular.
 
No contento con ello, Zapatero se ha permitido en la Cámara Alta dejar en evidencia que no sabe lo que dice la Constitución al respecto de esta cuestión, o, lo que es más grave, que está dispuesto a mentir sobre ello. Porque lo que la Constitución proclama como su fundamento —nada menos que en su titulo preliminar (art.2)— no es la “unidad del Estado” —tal y como Zapatero ha afirmado—, sino la “unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”.
 
Como recordarán, Zapatero, poco antes de llegar al Gobierno, dejó en evidencia su ignorancia en materia económica al presentarnos como antagónicos conceptos sinónimos como el déficit cero —que rechazaba, por cierto, también como “fundamentalista”— o el equilibrio presupuestario —del que se mostraba partidario—. Pues bien, creemos que tampoco hace falta ser experto en ciencia política para aprehender la enorme relevancia política que tiene el concepto de nación, y si España debe seguir siéndolo o no; trascendencia que, en este caso, a Zapatero no se le escapa en absoluto, por mucho que su inagotable irresponsabilidad simule lo contrario con tal de contentar a sus socios independentistas.
 
Si verdaderamente Zapatero quiere huir de los “fundamentalismos” que empiece por exigir a su compañero Maragall y a sus socios independentistas que dejen de reivindicarar algo que afrenta tan ostentosamente a la Constitución y a la Historia como es que Cataluña constituya una nación. A la vista está, sin embargo, que por contentarlos Zapatero está dispuesto a denigrar, tildándolos de “fundamentalistas”, los propios fundamentos de nuestra Constitución.
 
Para colmo, esta bochornosa intervención del presidente del Gobierno ha ido también acompañada de su negativa a responder a los diputados del PP por la polémica supresión ante la UE de la referencia a la lengua valenciana, reiterando el poco respeto que Zapatero es capaz de mostrar al Estatuto de Autonomía Valenciano con tal de satisfacer a los independentistas catalanes.
 
La guinda de esta —ciertamente “histórica”— visita de Zapatero a la Cámara Alta la ha puesto el presidente del Senado, que ha propuesto el uso del euskera, el gallego y el catalán en la Cámara Alta en las sesiones de control al Gobierno. Aquí ya no cabe, sin embargo, referirse a la dudosa constitucionalidad que conlleva la propuesta, sino a la supina y carísima memez que conlleva una iniciativa que sólo busca contentar a quien no quiere usar la lengua que comprenden y une a todos los españoles. Una cosa es que el Senado sea la Cámara de representación territorial y otra, muy distinta, una Asamblea de Naciones, con traductores incluidos.

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