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Una herencia envenenada

Con la segunda Intifada el Rais llevó a sus juventudes a la radicalización. Al bloquear el proceso de paz rechazó los términos posibilistas de un acuerdo y empujó a los suyos hacia posiciones maximalistas

La sucesión de Arafat pasa por un relevo generacional. Los hombres de Túnez, que acompañaron durante años al Rais, representan un mundo ya superado. Carecen de carisma y, por edad, están lejos de las preocupaciones de la mayoría de la población. Pero el necesario relevo no puede hacerse de forma brusca, porque no hay en las siguientes generaciones un personaje cuya autoridad claramente se imponga sobre los demás. La transición requerirá tiempo y la complicidad de veteranos y de jóvenes. En este sentido la candidatura de Abu Mazen y la retirada de Dahlan apuntan claramente a la fórmula más sensata: los hombres de Túnez asumirán la Presidencia mientras que los jóvenes se harán cargo del puesto de Primer Ministro y de buena parte de las carteras ministeriales.
 
Ahora más que nunca es necesario que se imponga el sentido de la responsabilidad para aprovechar una oportunidad histórica única y tratar de enderezar el proceso de paz. Arafat acabó siendo un obstáculo, por su falta de disposición a asumir riesgos, pero ya no está. La mayoría de la sociedad israelí y de los miembros de la Knesset aceptan la existencia de un estado palestino y están dispuestos a negociar. El presidente Bush se comprometió en el 2002 a reconocer el estado palestino y a colaborar en su gestación. Tras su victoria electoral ha vuelto a repetir su compromiso y lo ha convertido en uno de sus cuatro grandes objetivos de política exterior. Desaprovechar esta oportunidad tendría consecuencias gravísimas para todos.
 
Los hechos ocurridos desde el fallecimiento de Arafat muestran la complejidad de la situación y las dificultades que nos encontraremos. En todos los casos el fantasma de Arafat parece estar presente, como si de una maldición se tratara.
 
Con la segunda Intifada el Rais llevó a sus juventudes a la radicalización. Al bloquear el proceso de paz rechazó los términos posibilistas de un acuerdo y empujó a los suyos hacia posiciones maximalistas. Éste es el programa que hoy dicen defender las Brigadas de los Mártires de Al Aksa, ahora rebautizadas como Brigadas de Yaser Arafat. El atentado contra la vida de Abu Mazen y las posteriores declaraciones fijan su posición en un rechazo al proceso de paz en los términos que todos conocemos. Para ellos Abu Mazen es el hombre de Estados Unidos e Israel, lo mismo que Mohamed Dahlan. Y en parte están en lo cierto. Ambos son considerados por los citados y por los europeos como personas sensatas con las que se puede emprender una negociación a fondo. En ningún caso se les puede acusar de "entreguistas", esa es una calumnia dirigida a deslegitimar a un contrincante. Las Brigadas de Al Aksa son el más evidente resultado de la fallida segunda Intifada, la mejor expresión del relevo generacional en Al Fatah. Ellos volvieron al terrorismo porque Arafat les aseguró que la paz había sido imposible con los israelíes. Ahora exigen su cuota de poder, con el inconveniente de que su principal dirigente, Marwan Barghouti, se encuentra preso en Israel con serias condenas a sus espaldas. La sensación de que Abu Mazen y Mohamed Dahlan están aprovechando la situación para hacerse con el poder sin contar con ellos les lleva a utilizar la violencia, su modo de expresión convencional, para reivindicar sus derechos.
 
El segundo legado de Arafat es el crecimiento de Hamás, la versión palestina de los Hermanos Musulmanes. La corrupción administrativa, la incompetencia y el fracaso del proceso de paz han ido empujando a los palestinos hacia esta organización, que se considera representa al 30% de los potenciales electores. Un tamaño suficientemente importante para dificultar la consecución de acuerdos entre la Autoridad Palestina e Israel. En cualquier caso, sea cual fuere el enfoque que se quisiera dar al proceso, la paz exigirá de las partes "dolorosas concesiones". A mayor cohesión política y social más asumibles serán las renuncias. Hamás rechaza la existencia del estado de Israel, legitima desde su particular teología el ejercicio del terrorismo, rechaza un alto el fuego y niega validez a las elecciones recién convocadas, en las que no piensa participar. El objetivo es privar al próximo Presidente de la base política necesaria para poder afrontar el proceso negociador.
 
No es casual que las esperanzas de Occidente –Abu Mazen y Mohamed Dahlan– sean los objetivos a batir para los que se han instalado en el maximalismo ideológico y en el terrorismo. Las dificultades que se van a encontrar serán extraordinarias y necesitarán de todo nuestro apoyo para sortearlas.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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