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Juan Carlos Girauta

Marín

En los años en que Marín mandaba sobre la burocracia políglota de Bruselas, Rubalcaba desatascaba cañerías y le ponía voz y cara (¡qué cara le ponía!) al gobierno del GAL

El ex comisario europeo Marín no tiene por qué empañar su currículum ni empeñar su prestigio sólo por no contrariar a Rubalcaba y a su democracia de garrafón. Molesta al núcleo duro del PSOE que su compañero se colgara en rueda de prensa la medalla del Consejo de Ministros Extraordinario. A ver si se han creído que Marín es un hooligan entregado al fragor y al calor de la lid partidaria, que es uno de ellos. Cuando se designa para cargo institucional tan delicado a según quién, hay que dar por supuesto que delimitará su entrega, que pondrá algún reparo formal al inhumar otra vez a Montesquieu o al exhumar, ya puestos, a Locke para confirmar su defunción. Los franceses nos han hecho olvidar que el padre de la división de poderes es inglés.
 
Alguna prevención cabía esperar si lo iban usar como ganzúa para entrar a calzón quitado en el espíritu de la democracia, estirando la legalidad como un chicle, violando el reglamento, los acuerdos, las inveteradas costumbres, poniendo en marcha por dos veces la guillotina (como se conoce en la jerga parlamentaria la técnica utilizada por el gobierno).
 
A Montesquieu y a Locke, a fuerza de darlos por muertos, ya sólo les falta que los incineren con sus obras y arrojen sus cenizas por un inodoro del Congreso. Pero incluso esa operación exige discreción. Marín no es Moratinos y desearía una legislatura de reverencias y besamanos, pero en la lotería de la historia le ha tocado estar al frente de la casa más entretenida de España en el momento más divertido de todos. Le va a sentar como una patada la reprobación de los de Rajoy, que él cree no merecer y que quizá no merezca, pese al grave error de negarle la palabra a Zaplana.
 
Rubalcaba se ha enfadado con él; quien sólo cree en el poder en singular no distingue entre poderes. En los años en que Marín mandaba sobre la burocracia políglota de Bruselas, Rubalcaba desatascaba cañerías y le ponía voz y cara (¡qué cara le ponía!) al gobierno del GAL. Rodríguez pudo optar por poblar de políticos sensatos y operativos la nada de su Blanco aparato, su proyecto huero y su discurso hueco. Pudo optar por el socialismo honrado y admirable de Redondo Terreros y de Rosa Díez, cargados de valor, de razón y de ganas, y sin asomo de cainismo. Pero prefirió hacer oposición desde el gobierno y seguir ordeñando esa vaca suiza que Aznar ha sido para los demagogos de toda laya. Prefirió a Rubalcaba como ama de llaves, a Moratinos como agitador, a la de Cabra para animar la cultura y al inquietante espejito de Blancanieves en la vicepresidencia.
 
Reprobarán o no a Manuel Marín, pero admitamos que no parece de los suyos. Los patrones del socialismo español, desde sus medios, opinan lo mismo.

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