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Pío Moa

La táctica del aullador

lo fundamental es que el hijo del falangista que, gracias al apoyo paterno, tan fácilmente trepó en el aparato informativo del franquismo, niega a Aznar el derecho a defenderse, le niega el derecho a recordar acciones

En su comparecencia ante las Cortes, Aznar ha logrado que sus acusadores salieran acusados, y sus inquisidores cuestionados, y ello sin perder en ningún momento las formas ni la serenidad, durante once horas de interrogatorio que un delincuente etarra detenido habría denunciado probablemente como tortura. No creo preciso argumentar la buena actuación del ex presidente, porque todo el mundo ha podido verlo por sí mismo.
 
Lógica, por tanto, la preocupación de quienes le vienen asaeteando sin piedad con la calumnia, el insulto y la burla personal. Alguno de éstos le ha acusado de haberse portado como un "matón", cuando era el acusador quien empleaba un estilo matonesco. En la misma línea ha escrito Juan Luis Cebrián. Afirma el antiguo director de El País que Aznar ha protagonizado una "bronca descomunal", y que él y el PP están sumidos en la histeria y la chulería, al estilo "del español que embiste cuando piensa". Una histeria, una bronca y unas embestidas por nadie observadas, como no sea por él y otros "informadores" de su jaez, pero que él aspira a hacer creer a otros –y es verdad que lo logra con algunos– desde su privilegiada tribuna.
 
Por el contrario, la histeria, la bronca y las embestidas no son difíciles de distinguir en el mismo Cebrián, testimonio de un odio visceral hacia un ex presidente que, para su propio mal, benefició a PRISA con privilegios inadmisibles, por ceder a las ambiciones personales de Rato y de Gallardón, ansiosos de ganarse el favor o al menos la neutralidad del imperio de Polanco.
 
En su estilo faltón, Cebrián afirma: "El amigo Ánsar (que debería solicitar al presidente Bush no le llame más así, pues tal vocablo significa ganso en español) olvidó, por lo demás, en su lunar alocución ante el Congreso, que la comisión del 11-M no se creó para que él pidiera explicaciones a nadie, sino para que las diera. Es –o debería haber sido– una comisión de investigación sobre el Gobierno que tenía España antes y después de los atentados: sobre las carencias de la prevención policial, las mentiras oficiales, y la manipulación del dolor ajeno por parte del poder".
 
Buena parrafada, si no fuera porque las explicaciones de Aznar revelaron, con abundancia de datos y no simplemente con adjetivos como hacían y hacen sus oponentes, que quienes habían boicoteado la prevención contra el terrorismo islámico, quienes se habían reído de ese peligro o lo habían justificado presentándolo como una respuesta a la "agresión" de las democracias, habían sido precisamente aquellos a quienes representa Cebrián: el PSOE y los nacionalistas, hoy ya separatistas sin apenas disimulos. Que quien había mentido y manipulado a la opinión, y vulnerado las normas electorales, había sido de modo muy especial el imperio de Polanco, donde tanto destaca Cebrián. Y que quienes habían explotado cínicamente el dolor ajeno habían sido los que culpaban al gobierno en lugar de culpar a los terroristas, comportándose como auténticos comparsas morales –por lo menos– de los autores de la matanza. A estos hechos sólo pueden oponer los Cebrián y compañía una insistencia a gritos en sus viejas patrañas y acusaciones, esperando que esa algarabía acalle, gracias a su enorme poder mediático, las voces más sensatas y argumentadas. Algunos optimistas creen que esa táctica no puede triunfar. Se ve que conocen poco la historia.
 
Asegura Cebrián: "Con fieso mi perplejidad y mi desencanto cuando veo por los suelos las esperanzas de renovación democrática de la derecha, que cabalgaba inestablemente a lomos de la ambigüedad galaica de un Rajoy y la astucia mediterránea de un Zaplana. Las imágenes de ambos han quedado hechas añicos tras sus últimos verbalismos, considerablemente más calumniosos, violentos y cínicos que las torpísimas declaraciones de un par de ministros del Gobierno. Mientras, la soberanía del Partido Popular ha sido reconquistada al mejor estilo de don Pelayo por un autosuficiente con cara de petit-maître que, quizás iluminado por el cuarto centenario de la edición del Quijote, sigue pensando que todos los molinos son iguales a todos los gigantes. En su comparecencia ante la comisión de investigación sobre los luctuosos sucesos del 11-M, el improvisado quijotillo protagonizó una memorable representación con visos cervantinos, ante la arrobada mirada de su escudero de Ávila y la aceptación -no sé si resignada- de sirvientes y allegados, incapaces todavía de explicarle la conveniencia de poner punto final a su relato. Pero una de las muchas cosas que diferencia a este improbable caballero andante de la figura de don Alonso Quijano es que el último, al fin y al cabo, recuperó la cordura y pudo redimir su destino. En el caso que nos ocupa, los síntomas indican que la disnea política que padece empeora por momentos y no existe ya esperanza alguna de sanación".
 
Quede constancia de la aversión del articulista a la figura de Don Pelayo, bien significativa, y de su vacuidad argumentativa bajo una verborrea con pretensiones literarias. Pero lo fundamental es que el hijo del falangista que, gracias al apoyo paterno, tan fácilmente trepó en el aparato informativo del franquismo, niega a Aznar el derecho a defenderse, le niega el derecho a recordar acciones y conductas de sus oponentes y a establecer la verdad en lo posible. Aznar tenía que haberse dejado alancear mansamente por los separatistas, los comunistas y los semejantes al propio trepador. De otra manera, amenaza éste, el PP no será un partido democrático, y él, antiguo dirigente en el aparato de propaganda franquista, le negará el diploma. ¿No es esto alucinante? Y esto lo dice el representante político de un aparato mediático que trató de disimular la marea negra de la corrupción socialista, el GAL, los intentos de enterrar a Montesquieu para implantar en España un régimen similar al del PRI mejicano, que acusó de formar un "sindicato del crimen" a quienes salvaban la democracia denunciando aquellas tropelías, que defendió la negociación con los asesinos etarras, despreciando a las víctimas y socavando el estado de derecho…
 
Lo que quedará para la historia, guste o no a todos los Cebrián y sus imperios mediáticos, es que con Aznar la corrupción bajó a niveles muchísimo más tolerables que en la etapa socialista, que el terrorismo etarra fue perseguido y acorralado conforme a la ley, sin claudicaciones ni crimen de estado, que el Parlamento cumplió su misión muchísimo mejor que antes, cuando el jefe del gobierno se permitía despreciarlo de palabra y de hecho. Por no hablar de los éxitos económicos, manifiestos en el descenso del paro, el saneamiento de las cuentas del estado, etc. Etc. No todo ha sido brillante, pero estos hechos no se borrarán con simples adjetivos ni rasgados de vestiduras ni repulsivas poses de indignación.
 
Y también quedará para la historia que, gracias en cierta medida a la manipulación de personajes como Cebrián, el terrorismo islámico logró cambiar, con un solo golpe, la política interna de España. Y que el gobierno salido de ese golpe premió a los autores de la matanza dejando a los iraquíes a merced de asesinos como los que actuaron en Madrid.
 
La táctica de los Cebrián recuerda una descripción del antropólogo Levi.Strauss sobre los monos aulladores de Suramérica: cuando se sienten amenazados son capaces de expeler cantidades prodigiosas de excrementos, que amasan en sus manos y arrojan a sus adversarios.

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