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Gabriel Calzada

El villancico rayado

desde hace varias décadas, la llegada de estas fechas viene acompañada de la tediosa monserga de quienes no ven en las compras navideñas más que detestable consumismo, injusticia y egoísmo desatado

Llega la Navidad y con ella una de las épocas más entrañables del año. Además de la significación fundamental que tiene para todos los cristianos, para la mayoría de las personas también supone disfrutar durante estos días de la compañía de nuestros seres queridos, decorar nuestros hogares de la forma más acogedora posible, pasear por nuestras ciudades engalanadas para la ocasión con miles de luces, llenarnos de los mejores propósitos y gastar una parte de nuestro dinero en regalos para los amigos y los familiares.
 
Sin embargo, desde hace varias décadas, la llegada de estas fechas viene acompañada de la tediosa monserga de quienes no ven en las compras navideñas más que detestable consumismo, injusticia y egoísmo desatado. Como estos liantes no se dan por satisfechos con darnos la paliza, exigen que el comercio navideño se ajuste por las buenas o por las malas (léase a través de regulaciones) a su trasnochado concepto de comercio justo. Un comercio, según ellos, en el que no haya vencedores ni vencidos, en el que los ricos no impongan sus criterios a los pobres, en el que el intermediario no se quede con una parte del precio final del producto y en el que se pague por cada bien su "valor real".
 
El desarreglo mental que arrastran estos autoproclamados redentores de la consumista especie humana tiene proporciones oceánicas. Ven imposiciones o imperialismo donde sólo hay intercambios voluntarios, justicia comercial donde impera la agresión gubernamental contra los más elementales derechos individuales, egoísmo en las más evidentes muestras de generosidad y oportunismo indecente en la verificación de la correcta anticipación de necesidades ajenas.
 
Por mucho que disguste la libertad comercial a estos individuos, lo cierto es que ésta nada tiene que ver con la explotación o el imperialismo. En un intercambio voluntario, quienes compran y quienes venden se benefician mutuamente. En eso radica una de las sencillas pero incomprendidas maravillas del libre mercado. Y es que a pesar de Aristóteles y de los teóricos del "comercio justo" las transacciones se cierran cuando cada una de las partes valora más lo que demanda que lo que ofrece, y no cuando se ofrecen valores iguales. El tan cacareado como inexistente valor objetivo de las cosas es la mejor semilla para la siembra de toda clase de totalitarismos. En el mundo real el valor de los bienes de consumo es un fenómeno subjetivo que depende de la importancia que los individuos otorgan a los fines que pretenden alcanzar con el consumo de los mismos. Así pues, la compra-venta libre de la carne y del pescado con el que se prepara la cena de Navidad se produce porque tanto el vendedor como el comprador valoran más el bien de la otra parte que el suyo. Por eso, al llevarse a cabo la transacción, tiene lugar una ganancia mutua y no una explotación, una victoria ni ninguna otra relación hegemónica.
 
No falta quien argumenta que está feo que en la Navidad las compras de regalos tengan una importancia tan destacada; que es una visión extremadamente materialista de una celebración en la que deben de primar las sinceras expresiones de amor. Sin embargo, estas personas no aciertan a entender la hermosura de la renuncia generalizada a la posesión material para ayudar a que otros cumplan sus fines inmateriales. Y es que, tal y como lo ha expresado el padre Robert Sirico, "claro que el amor y la amistad no puede ser comprado o vendido, pero sí puede ser expresado y simbolizado por la generosidad material que caracteriza esta bella época del año."
 
La tirria permanente hacia el intermediario, el acaparador y el especulador se intensifica en estos días. El "beneficio inmoral" que logran en las fechas navideñas suele ser la justificación invocada para tan inoportuno sentimiento. Quienes así sienten y argumentan no entienden la importancia de esas personas que anticipan la mayor demanda de ciertos bienes y servicios durante estas fechas, adquieren y ahorran recursos con anterioridad y los ponen luego a nuestra disposición cuando más intensamente los deseamos. Si no fuera por su labor se hace difícil entender cómo podría llevarse a cabo una celebración simultánea por parte de tantos cientos de millones de seres humanos.
 
Quienes denuncian el "consumismo navideño" con estos pobres argumentos ignoran o desprecian las intensas reflexiones que los pensadores escolásticos del Siglo de Oro español dedicaron al origen del precio justo y su unánime conclusión de que éste sólo puede entenderse como el resultado de la libertad comercial. Si los enemigos del consumo en estas fechas –y de todo el mercado el resto del año– sustituyesen sus preconcebidos eslóganes por un poco de sentido común redescubrirían, después de cinco siglos, que el comercio justo es el comercio libre. ¡Felices compras de Navidad!
 
Gabriel Calzada Álvarez es representante del CNE para España.

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