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Alberto Recarte

¿Se hará cargo del euro Condoleeza Rice?

¿Qué incentivo político tiene el presidente Bush para ayudar, pagando, además, un cierto precio económico, a esos países que le han insultado, agredido o traicionado –caso España–?

Si yo fuera Condoleeza Rice –una situación casi imposible de concebir– le pediría al presidente Bush competencia sobre el tipo de cambio del dólar o, para ser más precisos, competencia sobre el tipo de cambio del dólar con el euro.  Me explico.
 
1. El peso del dólar. En el mundo existe, en la actualidad, una sola moneda auténtica, el dólar, y digo auténtica porque es quizá la única que se acepta universalmente como medio de pago, sin que nadie dude de que le servirá para comprar con ella lo que quiera. El mundo está lleno de dólares. Inmediatamente después de la segunda guerra mundial los economistas se plantearon el problema de su posible escasez para, al cabo de pocos años, cuando en Estados Unidos comienza el proceso de generación de déficit de balanza por cuenta corriente –que nunca ha parado–, el de su superabundancia. Hasta hoy. Nunca ha habido tantos dólares en el mundo, en billetes y, mucho más importante, en depósitos, en todos los bancos del mundo, centrales, públicos y privados. Y a pesar de las dudas respecto a su tipo de cambio en relación con las otras monedas, pero sobre todo con el euro, la inmensa mayoría de los banqueros y gobiernos existentes siguen prefiriendo dólares a cualquier otra moneda.
 
2. El papel de las otras monedas. El resto de las monedas que son importantes, no por su tradición, sino por su uso cuantitativo, resultan ser, ahora, las asiáticas –al margen del euro, que dejamos para analizar más adelante. Y en todas ellas, aunque parezca mentira, los respectivos gobiernos, sean el japonés, el chino o el surcoreano, a pesar de la globalización, tienen bastante poder para evitar que se revalúen en relación al dólar. El caso más extremo es el del yen, pero conviene no olvidar que la economía japonesa, a pesar de los cambios de los últimos 12 años, sigue siendo la única economía someramente planificada del mundo, lo que incluye el manejo arbitrario del sistema financiero y la creación de yenes. Es un poder limitado a impedir la revaluación en relación con el dólar mientras que, en caso de dificultades internas, las posibilidades de devaluación son incontrolables. En esa misma situación se encuentra el yuan chino  y el resto de monedas del continente asiático. Esta asimetría es posible porque el mercado cree que esos gobiernos están dispuestos a utilizar todos sus recursos, –que son muchos porque, recuérdese, son economías muy intervenidas–, para evitar su revaluación. Esta política tiene un coste, pues obliga a comprar dólares sin límites, al tipo de cambio oficial, si te los ofrecen; el mejor ejemplo es lo que ha ocurrido en los últimos años en esos países, pues entre las diversas Chinas y Japón, han acumulado más de un billón (español) de dólares de reservas oficiales y, a pesar de que rezonguen, están dispuestos a seguir comprando aún más para impedir la revaluación de sus monedas. No tienen, en cambio, poder para impedir la pérdida de valor de sus monedas, si el mercado se convence de que la economía respectiva no funciona o hay problemas de fondo. El mejor ejemplo es lo que ocurrió en el Sudeste asiático entre 1997 y 1998, donde todas se hundieron frente al dólar.
 
Las otras monedas distintas del euro, como la libra, la corona sueca, o el rublo ruso no son tan importantes; no se utilizan tanto cuantitativamente y al corresponder a economías mucho más abiertas que las asiáticas –incluso el rublo ruso– su valor fluctúa, arriba o abajo, en función de la oferta y la demanda y de las expectativas de sus respectivas economías. Y lo mismo puede decirse de las monedas latinoamericanas que, incluso, algunas, como el real brasileño y el peso argentino, se han revaluado en relación con el dólar en el último año.
 
3. El especialísimo caso del euro. La situación del euro es diferente. Es una moneda importante, pero con unas características muy peculiares, que explican su actual cotización con el dólar, que se produce a pesar de la debilidad de las economías de esa zona monetaria. La emisión de billetes de euros depende del Banco Central Europeo, que los imprime en función de sus recursos propios, y de la demanda interna, y, también, del resultado conjunto de las balanzas por cuenta corriente y de las balanzas de capitales de esos mismos países. Y como la Europa del euro está bastante equilibrada en este último aspecto de relaciones con el exterior, no hay necesidad de producir cantidades excesivas. Es más, con unos tipos de interés tan bajos como los existentes –el 2%– podría esperarse una gran demanda de créditos por parte de las empresas y particulares europeos del área euro, pero excepto en España e Irlanda, el crecimiento de la cantidad de dinero en circulación ha sido alta (en torno al 6% anual), pero muy moderada para lo que podía haberse producido. Los europeos no son muy optimistas, no se endeudan mucho, no invierten mucho y procuran gastar lo menos posible. Consecuencia: no hay muchos euros en el mundo.
 
Pero hay una enorme cantidad de dólares. Y basta con que los analistas –sobre todo europeos bienintencionados– comiencen a preocuparse por la salud de la economía norteamericana, por su doble déficit, fiscal y de balanza de pagos, –mucho menos grave, por supuesto que el conjunto de variables económicas que definen el área euro: déficit fiscales altísimos (mayores que el de EEUU), estancamiento económico, desempleo, altos impuestos y altísimo gasto público, en promedio alrededor del 50% del PIB y mayor endeudamiento público global– para que haya dudas respecto a la cotización del dólar. Y esas dudas, en relación con el dólar, se trasladan a su cotización con el euro porque, a diferencia de las otras monedas importantes que existen en el mundo, los gobiernos de los países del área euro no tienen capacidad de influencia ni en su producción, ni en la decisión de acumular o no otras divisas, ni en su cotización; de tal manera que su valor puede estar totalmente desvinculado de lo que ocurra en las economías que lo han adoptado como moneda única. El Banco Central Europeo es un banco auténticamente independiente, con el objetivo fijado, en su mandato constitutivo de impedir la inflación y cada vez más aislado del entorno económico europeo.
 
Los poseedores de dólares creen –ante ese temor de los analistas– que es una medida sensata diversificar parte de su cartera en divisas y han comenzado a comprar euros. Probablemente no grandes cantidades, no se trata de un abandono –imposible– masivo del dólar, sino de una ligera diversificación. Consecuencia: en tres años el euro se ha revaluado más de un 50%.
 
4. Las alternativas. ¿Tiene esa revaluación algo que ver con la situación económica europea? Nada; pero a los inversores o especuladores –el calificativo es insustancial– no les importa lo más mínimo, porque saben, en estos momentos, que cuantos más euros compren más se van a revalorizar.
 
¿Sin límite? No; cuando los dueños de euros decidan que el tipo de cambio es lo bastante atractivo se dedicarán a gastar euros para comprar bienes y servicios de origen en la zona dólar. Habrá viajes, compras de empresas e incluso se volverá a poner de moda ir a Nueva York por Navidades y aún más importante, se dispararán las importaciones de todo tipo de bienes y servicios, lo que forzará al cierre de innumerables industrias en esa extraña Europa. Al margen, por supuesto, de los mucho más importantes movimientos financieros de compras y ventas de euros al contado y a futuros.
 
¿Puede frenar la revaluación actual el Banco Central Europeo? Podría intentarlo, vendiendo euros locamente y comprando dólares, pero no tiene recursos suficientes para hacer frente a la avalancha de compradores de euros. Tiene, por supuesto, una segunda posibilidad, mover los tipos de interés de intervención; pero aquí sí que prima la política y cualquier decisión requiere un consenso político difícil de conseguir porque, entre otras razones el euro no ha provocado la unificación de los ciclos entre las distintas economías donde es la única moneda como preveían los defensores de la moneda única. Lo que se traduce en que lo que en Alemania puede ser un impulso al crecimiento en España sea una medida inflacionista. ¿Y en combinación con la Reserva Federal norteamericana? Es posible, pero dudoso, porque el mercado es enorme y ni siquiera ambas instituciones, de una forma concertada, tendrían recursos suficientes si lo que se pretende no tiene lógica económica.
 
5. La política exterior de Condoleeza Rice. La politización del tema del tipo de cambio del euro es inevitable, porque se está produciendo una enorme disparidad entre cómo afecta la revaluación del euro a la Europa monetaria y a Estados Unidos. Para estos últimos sería positivo que la devaluación del dólar con el euro les sirviera para equilibrar su balanza de pagos y corregir su déficit exterior, lo que supondría, en definitiva, corregir el déficit de ahorro que tiene el país. Pero como la realineación de tipos de cambio es sólo con el euro, ese movimiento no está teniendo ningún efecto en ese sentido. Por el contrario, la Europa del euro se está desangrando por falta de competitividad frente a todo el mundo. En estas circunstancias, si entre esos países europeos y Estados Unidos hubiera buenas relaciones políticas, podría plantearse una intervención conjunta, que apenas tendría coste para Estados Unidos y sería enormemente beneficiosa para la Europa monetaria. Pero aquí entra la política. ¿Qué incentivo político tiene el presidente Bush para ayudar, pagando, además, un cierto precio económico, a esos países que le han insultado, agredido o traicionado –caso España–? Ninguno.
 
Enfrentarse a Estados Unidos tiene costes. Parecía una declaración sin contenido cuando se avisaba del riesgo, no sólo de no ayudar sino de engañar y difamar al presidente del país más poderoso del mundo por parte de muchos analistas. Bien. Este es el primero que se presenta en una lista que puede ser interminable.
 
Y aquí entra en juego la nueva Secretaria de Estado, Condoleeza Rice, que esperará –con sus nuevas competencias en materia de tipo de cambio, que sin duda le concederá el presidente Bush–, a que la presión depresiva del sector exterior sobre las economías alemana y francesa sea tan fuerte que termine por transformarse en un cambio de política exterior y en la petición formal de los gobiernos alemán y francés para hacerse cargo de la seguridad militar en una zona iraquí, a ser posible esencialmente hortofrutícola. España no participará. Estará negociando su integración en Mercosur.
 
6. Conclusión. La situación de desequilibrio cuantitativo y cualitativo entre el euro y el dólar es tan extrema que la fortísima revaluación del euro no sirve para equilibrar la balanza de pagos norteamericana y sólo se traduce en deterioro, en una situación de impotencia, de los países euro frente al resto del mundo, y no sólo Estados Unidos. Se trata, en definitiva, de uno más de los efectos no previstos –en terminología hayekiana– de la creación de una moneda artificial, que se pretendió que no guardara ninguna relación con el estado de las economías de los países que los usaran. Al final, hemos aprobado legalmente la instauración de un patrón oro, sin serlo, sin mecanismos automáticos de ajuste de su valor en función de las reservas existentes pero, en cambio, sujeto a grandes fluctuaciones de valor en función de lo que ocurriera con el dólar de Condoleeza Rice.

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