Arrebatarle a un lactante su chupete, encierra más dificultades logísticas que desplumar a la diplomacia española en el curso de cualquier negociación. La España de ZP tiene un talante extraordinario; los demás países también, sólo que los gobiernos serios prefieren dejarlo para las felicitaciones de Navidad y no hacer uso del mismo cuando se trata de defender los intereses nacionales, aún a riesgo de pasar por "intolerantes" o "crispadores".
La política del talante, que Zetapé ha extendido también al plano exterior, basada en el permanente allanamiento de las posiciones españolas y en las concesiones ilimitadas a la parte contraria (excepto si se trata de Norteamérica, en cuyo caso España exhibe su perfil más cateto y protestón), no puede acarrear más que una catástrofe tras otra como ya ha empezado a comprobarse. Porque la política del apaciguamiento previo, a ver si el enemigo se ablanda y se aviene al acuerdo, lejos de proporcionar ventajas a quien la practica, demuestra en cambio una debilidad volitiva que los adversarios no dudan en explotar.
En el caso de Gibraltar, la última ideíca de Zapatero-Moratinos, dando voz propia a la colonia inglesa en las negociaciones para la devolución de la soberanía del peñón, lejos de presionar en la línea correcta de nuestros intereses, fortalece la posición del gobierno gibraltareño, y por extensión el británico, cuyo objetivo es el cambio de estatus del Peñón a través de la aprobación de una nueva Constitución que sustituya a la de 1969, actualmente en vigor. Si Londres acepta el borrador aprobado por el parlamento gibraltareño, se introducirían cambios sustanciales en el régimen jurídico-político de la roca, como el reconocimiento del derecho de autodeterminación del pueblo gibraltareño, que en tal caso dejaría inmediatamente de ser una colonia y, por tanto, las reivindicaciones de soberanía española en función del proceso de descolonización aprobado en su día por la ONU perderían su razón de ser.
Ya el primer gobierno del PSOE intentó la vía de la cesión desinteresada en 1985, abriendo una verja que siempre debió quedar cerrada en estricto cumplimiento del tratado de Utrech. Este gesto de buena voluntad, no sirvió en absoluto para hacer atractiva al pueblo gibraltareño su unión con España. En lugar de eso, solucionados sus problemas de infraestructura y suministros gracias a la generosidad socialista, Gibraltar pasó de ser una base militar a uno de los más modernos puertos pirata. Si el año en el que se abrió la verja, los ingresos procedentes del ejército británico ascendían a más del 60% del total, en la actualidad no suponen más de un 7%. El resto de la riqueza de la colonia procede de las múltiples actividades que allí tienen lugar, entre las que el blanqueo de dinero o su estatus de paraíso fiscal no son precisamente las de menor relevancia.