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Martín Krause

¿A quién ayuda?

La ayuda internacional, en definitiva, termina fomentando la corrupción y la apropiación de "rentas" si es que los políticos y gobernantes le ponen la mano encima

¿A quién ayuda la ayuda internacional? Ya son incontables las investigaciones periodísticas que han señalado cómo estos fondos terminan a menudo en los bolsillos de los dictadores o gobernantes de los países más pobres. Entre los últimos ejemplos destacables, recordamos el caso de Mobutu Sese Seko de Zaire, quien contaba con cientos de millones de dólares en sus cuentas personales y el de Saddam Hussein y sus millones de dólares en cuentas suizas y de otros países.
 
En un nuevo tratamiento del tema, tres economistas griegos –George Economices, Sarantis Kalyvitis y Apostolis Philippopoulos–, de la Universidad de Atenas, han elaborado un modelo para examinar si las transferencias de ayuda distorsionan los incentivos individuales y deterioran el crecimiento, fomentando la "búsqueda de rentas" en lugar de actividades productivas.
 
La respuesta es afirmativa: el resultado neto de la ayuda se ve disminuido por los incentivos perversos que genera. Y eso que en el cálculo los autores asumen un supuesto que daría, al menos, como para una larga discusión sino para su total rechazo: que la ayuda extranjera permite financiar las obras públicas y que éstas contribuyen al crecimiento económico de largo plazo. Eso podría ser así si se tratara de obras que aportaran valor y no fueran frecuentemente "elefantes blancos" que terminan destruyendo mucho más de lo que generan. En tal caso, el cálculo de los autores griegos da un resultado claramente negativo.
 
No obstante, el trabajo plantea como otra conclusión algo que ya parece obvio: que bajo ciertas condiciones ésta búsqueda de rentas es más notoria, particularmente cuando se trata de países con un sector público importante.
 
Sus estudios econométricos continúan una serie de investigaciones que han analizado la relación entre la ayuda externa y la corrupción, el crecimiento y la ayuda, y el crecimiento y la corrupción. Estos trabajos hasta aquí han mostrado una relación positiva en el primer caso (ayuda y corrupción), pero negativa en los otros dos.
 
En general, todas estas investigaciones tienden a justificar los cambios de políticas internacionales hacia lo que se ha denominado trade, not aid, es decir, que la mejor ayuda que se puede dar a los países pobres es la de ayudarlos a comerciar, a que puedan vender sus productos. Y para ello lo que resulta necesario es que los países ricos eliminen sus propias barreras al comercio, particularmente el proteccionismo agrícola y los subsidios en ese sector que compiten directamente con la producción de los países en desarrollo.
 
La ayuda internacional, en definitiva, termina fomentando la corrupción y la apropiación de "rentas" si es que los políticos y gobernantes le ponen la mano encima, mientras que el comercio recompensa la actividad productiva. Hay una clara diferencia entre uno y otro camino, ya que el primero tiende a favorecer principalmente a los gobiernos y a sus funcionarios, mientras que el segundo favorece a productores y comerciantes, fomentando la inversión y el empleo.
 
Dadas las características de los países pobres, la ayuda parece que no ayuda en absoluto.
 
© AIPE
 
Martín Krause es Rector de la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE)

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