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José García Domínguez

Todas hieren, la última mata

Y como, a esas alturas, el uno de marras ya empieza a temer más a las hemorroides que al terrorismo internacional con sede en Avilés, pues va y apaga la tele

Dice un periodista argentino, y dice bien, que para los que nos ganarnos la vida haciendo columnas, sólo hay algo peor que la angustia de la página en blanco, algo peor que no tener ninguna historia que contar: haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas. De ahí que después de leer las cien preguntas que formulaba al viento el director de El Mundo en su carta del domingo, uno trate de ponerse a escribir y le ocurra como a Lobo Antunes al empezar sus novelas, que coge el bolígrafo del mismo modo que se coge una enfermedad.
 
No obstante, ese uno se dispone a amontonar palabras igual que todas las mañanas. Pero, en ese momento, no puede evitar sentirse señalado por lo que sostenía La Rochefoucauld sobre los espíritus mediocres: que desprecian todo aquello que está fuera de su alcance. Y es que el tal uno se había levantado con la falaz vanidad de creerse dotado para abordar la hermenéutica de esa Alianza de Civilizaciones que propugna Rodríguez; bien sabe Dios que lo intenta, mas no puede evitarlo: su pensamiento vuelve una y otra vez al centenar de incógnitas prosaicas que le ha inoculado Pedro Jota en la conciencia. Y entonces uno intenta resistirse a los efectos del veneno. Y enciende el televisor por ver de curarse. Y en ese momento contempla al presidente ante la Comisión. Y al segundo, uno aprende que se dice "preveer", en lugar de prever; y que debe existir un terrorismo islamista moderado, porque Rodríguez está hablando de "terrorismo islamista radical". Y a continuación, asiste compungido a la amnesia selectiva de Zetapé, que acaba de recordar que ha olvidado si llamó a Ramírez para explicarle un cuento de suicidas con tres calzoncillos. Y es precisamente ése el instante en el que uno se aferra al argumento definitivo que le ofreciera un crítico teatral para juzgar si una representación vale la pena: que no te duela el culo al final del segundo acto. Y como, a esas alturas, el uno de marras ya empieza a temer más a las hemorroides que al terrorismo internacional con sede en Avilés, pues va y apaga la tele.
 
Es inútil: ahora que la pantalla ha recuperado su gris original, el genuino, las cien dioxinas encerradas entre signos de interrogación tornan con más virulencia a infestar la imaginación de su dueño. Sobre todo, la que cierra la serie. Ésa que reza: ¿Por qué Zapatero dijo el pasado 30 de septiembre, que "los hechos del 11-M están muy claros"? Así, al volver a leer de nuevo el centenar de misterios que Rodríguez no piensa revelar en su comparecencia de hoy, el mismo uno de antes no puede por menos que terminar rememorando la inscripción que viera en aquel reloj gótico de una iglesia de Innsbruck: "Todas hieren, la última mata".

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