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Pablo Kleinman

Annan debe dimitir

El actual Secretario General ha presidido sobre el mayor escándalo de la organización y también sobre sus peores fracasos. Nunca antes la ONU había sido tan poco respetable ni tan inútil

A medida que se revelan nuevos detalles acerca del escándalo del programa de Petróleo por Alimentos de las Naciones Unidas, a raíz del cual se estima que "desapareció" una cifra de hasta 21.300 millones de dólares, surgen nuevos detalles acerca de la relación de Kojo Annan, hijo del Secretario General de la Organización, Kofi Annan, con una de las empresas contratadas por la ONU para supervisar la ejecución de dicho programa. En 2001, después del fracaso de las Naciones Unidas con motivo de la masacre en Ruanda, ya empezó a pedirse la renuncia de Annan. Sin embargo, la magnitud y alcance del escándalo del programa de la ONU en Irak han superado cualquier expectativa y la respuesta de Annan ha sido tan poco adecuada que se multiplican minuto a minuto las voces exigiendo su renuncia.
 
Annan es un producto de la maquinaria administrativa de la ONU, en la que ha trabajado durante más de 40 años. Es el primero de los siete Secretarios Generales de la ONU en escalar posiciones dentro de ella y el primero de sus burócratas en llegar a la cúspide del palo encebado. Todo indica que no tiene la intención ni el más mínimo interés en reformar la organización que dirige desde hace algunos años, pero a cuya burocracia pertenece desde hace muchísimos más. Kofi Annan no puede solucionar los graves problemas que padece el organismo internacional porque es una parte importante de dicho problema.
 
Como dijo Glenn Harlan Reynolds en su reciente columna en el Wall Street Journal, "el escándalo del programa de Petróleo por Alimentos ha revelado un comportamiento por parte de la burocracia de la ONU que oscila entre lo criminalmente inepto y lo decididamente corrupto". El columnista dice que "cada vez parece menos creíble que la ONU sea capaz de servir a su propósito principal –que ‘nunca más’ se produzca un genocidio- a lo que se comprometió tras el Holocausto y a lo que volvió a comprometerse después de Camboya y Ruanda, particularmente en vista de su respuesta al actual genocidio de Darfur". Y tiene razón: frente a la incuestionable acumulación de escándalos y fracasos durante su mandato, la actitud de Annan ha consistido en intentar tapar escándalos, poniendo una "mordaza" a los directivos de la empresa Cotecna, en la que trabajaba su hijo, o exculpando a otros funcionarios de la ONU, como Dileep Nair, acusado por sus pares de acosar a miembros de su equipo y de violar las normas sobre contratación y ascensos de los empleados de la Organización.
 
"Kofi Annan está rodeado de corrupción, de una pandilla de delincuentes responsables de algunas de las peores cosas que le sucedieron a la humanidad en el siglo XX", manifestó un funcionario de la ONU a la agencia France Press (AFP). Por otra parte, dicha agencia afirma que dispone de un borrador de un comunicado en el que el sindicato de empleados de la ONU retira su confianza al Secretario General, lo que ocurre por vez primera en la historia de la ONU.
 
En los últimos días ha surgido una campaña en Internet reclamando la renuncia de Annan y su reemplazo por el expresidente checo, Václav Havel. Sin ponernos a discutir acerca de las posibilidades que Havel, un héroe en la defensa de la libertad y uno de los ejecutores principales de las reformas liberadoras en Europa Oriental, pueda o no tener de convertirse en Secretario General, es innegable que la ONU necesita reformas urgentes para preservar su credibilidad y funcionalidad, y que Kofi Annan no es la persona adecuada para llevar a cabo dichas reformas.
 
El actual Secretario General ha presidido sobre el mayor escándalo de la organización y también sobre sus peores fracasos. Nunca antes la ONU había sido tan poco respetable ni tan inútil. Más allá de que él sea personalmente corrupto o no, su respuesta frente a los hechos ha sido totalmente ruin e inaceptable. Por todos estos motivos, Kofi Annan debería renunciar a su puesto inmediatamente y de no ser así, debería ser despedido.
 
© AIPE
 
Pablo Kleinman es director general de El Iberoamericano.

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