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Pablo Molina

Adivina adivinanza, quien no quiere una alianza

. En el caso de occidente y el mundo islámico, la tarea de soldar una unión de estas características se antoja hercúlea, titánica, casi moratinesca, pues los motivos de divergencia son muchos y más poderosos que los posibles puntos de entendimiento

La premisa fundamental para llevar a buen fin un compromiso político entre civilizaciones –dejando a un lado que se trata, en realidad, de un ensueño, pues la "civilización" no es una categoría de lo político y entre ellas, no siendo sujetos políticos, no puede haber política–, es que éstas tengan algo en común. En el caso de occidente y el mundo islámico, la tarea de soldar una unión de estas características se antoja hercúlea, titánica, casi moratinesca, pues los motivos de divergencia son muchos y más poderosos que los posibles puntos de entendimiento, si es que hay alguno. Ni la debida consideración a la mujer –en lo moral en tanto ser humano, así como en el plano de igualdad jurídica como sujeto detentador de derechos–, ni la consideración de la religión como un asunto exclusivo de la sociedad civil, ajeno por tanto a los mecanismos de coacción estatal, ni la aceptación del resto de condicionantes jurídico-políticos que caracterizan a las democracias liberales, parecen ser asuntos en los que el mundo islámico y el occidental tengan una visión compartida.
 
Y eso que las socialdemocracias europeas –ideológicamente exhaustas– ponen todo su empeño en comprender la idiosincrasia islamista, pero el sueño bienintencionado de un Islam respetuoso con los usos democráticos, que acepte la separación de Iglesia y Estado, se esfuma una y otra vez. Los franceses, por ejemplo, que en cuestiones de talante constituyen la vanguardia occidental, autorizaron hace algún tiempo la emisión del canal televisivo Al Manar, gestionado por el grupo integrista libanés Hezbolá, que en tan sólo quince días de emisión ha ofrecido importantes exclusivas, fruto sin duda de un intenso trabajo de investigación periodística. "En noviembre, un locutor afirmó que Israel estaba deliberadamente infectando a los palestinos con el virus del Sida. Por supuesto, cuando la academia noruega concede el Nobel de la Paz a chiflados que insisten en que el SIDA fue inventado por científicos occidentales para acabar con los negros africanos, se puede perdonar a los editorialistas del Al Manar que entendieran abierta la veda para la difusión de absurdas teorías conspiratorias".
 
En cuanto a los programas de ficción, la cadena Al Manar ofrece también ejemplos incesantes de un talante ejemplar. Así, por ejemplo, los espectadores franceses de esta emisora, representativa quizás de un islamismo moderado –por aplicar la clasificación ontológica del presidente Rodríguez–, han visto a rabinos degollando a menores no judíos para poder elaborar pan, o programas de corte historicista justificando el asesinato de los judíos por ser culpables de la muerte de los profetas del Islam. Y eso por no mencionar los programas de testimonio (como nuestra telebasura vespertina, pero a lo bestia), en los que las madres de los terroristas suicidas palestinos animan a las demás a enviar al martirio a toda la familia, empezando por el marido, naturalmente.
 
Por desgracia, las autoridades francesas, presionadas sin duda por el poderoso lobby judío, como los dueños de Al Manar no se cansan de denunciar, han decretado el cese de las emisiones de esta cadena televisiva en territorio francés, acusada de leso multiculturalismo. Y sin embargo, a poco que se preste atención, el ejemplo de la cadena libanesa ofrece las claves para el éxito de la esperada alianza de civilizaciones esbozada por nuestro zetapé; pues si existe algún elemento coincidente entre el mundo islámico y el progresismo occidental, éste es el antisionismo y su secuela fatal, el antiamericanismo enragé. Sobre estos dos pilares doctrinales, la alianza islámico-occidental se antoja tan fácil que hasta nuestro Moratinos, en un día lúcido, sería capaz de llevarla a buen puerto.

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