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EDITORIAL

Laicismo navideño

Equilibrios en el alambre tuvo que hacer el Gobierno la semana pasada para felicitar la Navidad sin pronunciar esa palabra. Tras el Consejo de ministros, que tuvo lugar el jueves porque la Nochebuena caía en viernes, la vicepresidenta Fernández de la Vega se limitó a desear “paz y felicidad” a los asistentes a la rueda de prensa. Semejantes deseos, que compartimos y alentamos en cualquier fecha del año, si se prodigan por éstas, se debe a que una celebración religiosa muy arraigada en España tiene lugar el día 24 por la noche. Fernández de la Vega lo sabe, pero prefirió no hacer mención a ella. 
 
Lo que podría haber quedado en mera anécdota entre las tantas que se dan cita en las ruedas de prensa que siguen a los Consejos de ministros, tomó cuerpo con la felicitación del presidente del Gobierno a los soldados españoles que se encuentran repartidos por el mundo en diferentes misiones de paz. Lo hizo a través de una videoconferencia múltiple desde el Palacio de la Moncloa. Al otro lado, en Bosnia, en Afganistán, en Haití, en Kirguizistán y hasta en la remota Antártida, nuestros militares recibieron un sentido homenaje de parte de Zapatero pero en ningún momento oyeron la palabra Navidad, motivo último por el que el presidente había organizado semejante dispositivo. Por lo demás, buenas y previsibles palabras, muy ajustadas a las fechas en las que nos encontramos.
 
La aversión que los miembros del nuevo Gobierno han demostrado por el indiscutible origen religioso de estas fiestas no tiene parangón en nuestra historia reciente. El socialismo español, siempre muy laico, nunca la había tomado de tal modo con unas celebraciones que forman parte irrenunciable de nuestro acervo cultural. Es difícil encontrar un país tan homogéneo en materia religiosa como el nuestro. La gran mayoría de los españoles son de confesión católica, algunos la practican y otros no, y como resultado, la cultura popular de la Nación está muy impregnada de los ritos y celebraciones propias del cristianismo, desde la Semana Santa hasta la Navidad pasando por el día de difuntos. Al Gobierno, que se ha tomado la cuestión religiosa como algo de Estado, quizá esto no le interese y se sienta más cómodo jugando a que la religión no existe y si el Estado es aconfesional –que no laico- los ciudadanos han de serlo también.
 
Por suerte, su Majestad el Rey don Juan Carlos, puso la pasada Nochebuena una nota de cordura en su habitual mensaje a la Nación. El jefe del Estado no se privó de decir la palabra maldita y aprovechó para recordar algunos particulares que nuestro Gobierno parece haber olvidado. El monarca hizo hincapié en lo importante que es el respeto a la Constitución, a los valores y principios en los que se basa, no se dejó en el tintero una mención a la cada vez más amenazada unidad del país y reafirmó su convicción sobre la importancia de las instituciones para el funcionamiento correcto de nuestra democracia. El Rey parece no tener dudas sobre qué es lo que se ha celebrado en España este fin de semana. José Luis Rodríguez Zapatero sí. Puede seguir jugando a un laicismo que huele a naftalina y que no le va a procurar más que ridículos consecutivos o recuperar el juicio y ponerse a gobernar del modo en que cabe esperar del primer ministro de la octava potencia del mundo. Él quizá esté encantado de haberse conocido y se considere la quintaesencia del buen ciudadano, pero no por ello tiene que obligar a todos los españoles a que se le parezcan. Si el 24 es Nochebuena y el 25 Navidad lo lógico es que felicite en consecuencia y se deje de extravagancias como la que encabezaba el tarjetón navideño de la Moncloa, para felicitarse por la paridad tiene todo el año.

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