El estado de ánimo no puede ser más bajo para quien contempla con algún criterio democrático la vida política española. Tampoco la sociedad está para tirar cohetes de alegría. Desmoralizada, desmovilizada y narcotizada por un Gobierno sin principios y sin ideas, dirán los más optimistas, la sociedad española bastante hace con simular cierta energía. En efecto, un Gobierno "nadista", que ni siquiera sabe determinar qué cosa es nihilismo, dirige a la sociedad española al abismo. La desaparición de España como nación es ya un hecho, pero todavía hay estultos que no quieren enterarse del asunto. Serán los primeros en tragar las imposiciones de la dictadura que nos acecha. Esta gentuza ni siquiera comprenderá que nuestra ruina democrática tiene nombres y apellidos, e incluso fallos institucionales, que alguna vez pudieron remediarse, por ejemplo, nuestra ley electoral.
El fracaso del sistema electoral surgido de la Constitución del 78 ha devenido una tragedia. Una minoría nacionalista ha conseguido dirigir como borregos a la mayoría de la población española. El socialismo gobernante siempre ha aplaudido el procedimiento de exclusión de la mayoría española. Pero las elites políticas e intelectuales, por llamarles algo, creen que la sangre no llegará al río. Ojalá. Sin embargo, sospecho que las cosas irán a peor. Primero, porque el plan Ibarreche, ese monstruo totalitario de la nación democrática española, ya ha sido aprobado con el respaldo del terrorismo de ETA. Segundo, porque la estrategia independentista de Maragall y Carod-Rovira seguirán marcando el desgobierno de Rodríguez Zapatero.
Y, tercero y aún más grave que los nacionalismos independentistas, porque ya no hay nadie en España capaz de mantener la unidad de la Nación. El Gobierno en pleno quiere destruir la norma fundamental por la que se rigen los españoles, pues, por boca de su presidente, no cree en la idea de nación que recoge el artículo 2 de la Constitución. Por no decir nada de las ambigüedades halladas a la respuesta dada por el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, cuando se le preguntó por el artículo 8 de la Constitución. Después de decir que este artículo debía ser leído en el contexto de toda la Constitución, como si esta parte no fuera una de las bases de todo el entramado constitucional y político, no se atrevió a dar una respuesta contundente sobre "si nuestro Ejército estaba o no preparado para defender la unidad nacional".