Menú
Juan Carlos Girauta

A Ibarretxe le aprieta la corbata

La Constitución, qué le vamos a hacer, tiene unos cauces. A través de ellos, todo se puede plantear. Es lícito ser independentista. Fuera de ellos nada es aceptable

Si ven al lehendakari, hagan el favor de decirle dos cosas: que la corbata le apretuja el cuello y que aquí nadie quiere más tortas que las tortas de aceite de Santa Inés. Creía uno que las tortas y los tiros en la nuca y los juguetes bomba y las niñas sin piernas y las voladuras de las casas cuartel y el infierno en el hipermercado los ponían los avalistas sobrevenidos del plan que lleva el nombre del lehendakari, que puede acabar siendo, como Quevedo, hijo de sus obras y padrastro de las ajenas.
 
Da grima verle el gollete tan constreñido. A veces se le escapa una voz atiplada entre dos tonos graves, como a un adolescente. Es la corbata que lo ahoga. Apareció con aire de vendedor de aspiradoras a domicilio. Un señor muy correcto. Con sus limitaciones, pero irreprochable. Llano, se lía tratando de colocar su producto puertorriqueño. Y como sabe que no hay que salirse del guión, se encastilla en "la voluntad de los vascos y las vascas". Díganle otra cosa: que "vascos" es un genérico que incluye a ambos sexos. Ya puestos, díganselo también a Blanco. Y que una cosa es el sexo y otra el género, y que el jarrón, por ejemplo, es masculino sin necesidad de miembro viril.
 
Siempre pueden culpar a Franco de esas lagunas en su educación. Hasta que llegó Aznar para cargar con todo, incluyendo los naufragios, Franco fue el comodín de la culpa. Las cosas de antes de Aznar, como el bachillerato de Ibarretxe y de Blanco, se le pueden seguir imputando al caudillo sin ningún problema. Pero nos vamos de tema.
 
Ese plan suyo, don Juan José, no es plan, es el plano de ningún sitio, o sea, de Utopía. Maragall, por contraste, le ha venido a decir que está pidiendo la luna. Crítica engañosa, pues presupone que los objetivos del plan, aunque irrealizables, son deseables.
 
El astuto president se hace el moderado a costa del hombre atenazado por su propia corbata. Artur Mas, que se ha dado cuenta, aprovecha el momento y apoya a Ibarretxe para reafirmar por fin su nacionalismo frente a Maragall. Ajeno a las maquinaciones catalanas, el lehendakari camina recto hacia el abismo, pasito a pasito, como una muñeca de Famosa con batería de litio. Lo sentimos por él, no parece un mal tipo. Lo que pasa es que, aparte de liarse con los géneros, se lía con los sujetos de soberanía.
 
La Constitución, qué le vamos a hacer, tiene unos cauces. A través de ellos, todo se puede plantear. Es lícito ser independentista. Fuera de ellos nada es aceptable. Ni siquiera cuando se trata de luchar contra el terrorismo, como han comprobado para su desgracia algunos reos socialistas, a los que les pasa como a las candidatas a Miss España de Anson, que no están todos los que son pero sí son todos los que están.
 
El tonsurado extendió los brazos, abrió las francas manos, arqueó las desdibujadas cejas: "Espero que PSOE y PP vean una oportunidad, no una amenaza". Saludó uno por uno a los periodistas, los miró a los ojos. Todo parecía normal... salvo la corbata. ¿Quién le ha puesto esa soga?

En España

    0
    comentarios