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Juan Carlos Girauta

Revelaciones de lo ya sabido

La sociedad catalana no demandaba un nuevo Estatut, pero los efectos no deseados se imponen cuando un agente es lo bastante audaz y los demás actúan irresponsablemente en provecho propio

A los siete años supe, gracias a Tintín en América, que en la ciudad de Chicago habían campado a sus anchas bandidos de toda clase y condición. Veinte años más tarde comprendí que lo de mi ciudad era peor: algunos bandidos eran jueces, otros eran empresarios ejemplares y alguno regentaba el bufete más prestigioso de Barcelona. Aunque duela, es cierto que todo el mundo lo sabía. Muchos años después, como diría aquel, una sentencia judicial lo ha reconocido y le ha reservado su parte de culpa a la prensa y a las administraciones públicas. Y hemos podido leer por fin en letra impresa, acerca del abogado que defendió a Jordi Pujol en el caso Banca Catalana: “Aún se recuerda la nota que llevaba el día del pleno sobre la causa, y donde se dice que aparecía el sentido de los votos.”
 
Está en La Vanguardia del domingo, unas páginas después de una larga entrevista a Jordi Pujol –inesperado nexo de las dos revelaciones de La Vanguardia– que contiene este fragmento revelador: “Los socialistas plantearon la reforma del Estatut por motivos tácticos y sin creer en ello. Pensando que la reivindicación del Estatut serviría para dar la batalla al PP, que entonces todo el mundo daba como ganador de las elecciones de 2004.” Eso también pertenece al capítulo de las cosas que sabe todo el mundo y nadie reconoce. Hasta que lo ha hecho Pujol.
 
Pero CiU tampoco creía en la reforma del Estatut. Si hubiera creído, la habría impulsado cuando tenía el poder. El realismo de Pujol le inclinaba a avanzar en sus posiciones, a obtener mayores competencias, a reafirmar la sociedad normalizada, tanto más semejante a su proyecto cuantos más años transcurrían con los aparatos de penetración ideológica en manos nacionalistas. En cuanto a los comunistas verdes, ni siquiera se lo habían planteado; cuando socialistas y convergentes presentaron sus respectivos proyectos, ellos aún no habían redactado ninguno. Es obvio que el PP tampoco quería la reforma. Por lo tanto, en realidad sólo ERC la deseaba realmente.
 
Hay momentos en que fatalmente se impone la lógica de los peores, cuyo discurso e imaginario contamina los ajenos. Todos acabaron trabajando en el proyecto de los separatistas. Los socialistas, según Pujol, como táctica contra el PP; los convergentes, para no parecer menos comprometidos que socialistas y separatistas en el avance de la nació. A regañadientes, los populares, tras advertir del peligro de desestabilización inherente a un proceso que puede acabar exigiendo la reforma constitucional, tienen que trabajar también en él... para mantenerlo en sus cauces.
 
La sociedad catalana no demandaba un nuevoEstatut, pero los efectos no deseados se imponen cuando un agente es lo bastante audaz y los demás actúan irresponsablemente en provecho propio. El compromiso de Rodríguez de aceptar el texto que remita elParlamentes la guinda de una tarta que ahora habrá que comerse.

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