Menú
GEES

La política de la generosidad

Muy pronto quedó en evidencia que era el Occidente, cruzados y judíos, y su apéndice oriental, Japón, quienes estaba ayudando a la nación musulmana mayor del mundo

Generosos los americanos lo son y mucho y se precian de ello. En ningún otro país la filantropía de todo tipo y por todas las causas alcanza cifras tan elevadas, tanto en términos absolutos como relativos. Es una tradición nacional que viene de lejos. En esto días han tenido ocasión de repetir un juego de palabras con sting (picar) y stingy (tacaño) diciendo que nada les pica más que el que les acusen de tacaños. Eso fue lo que hizo un alto funcionario de Naciones Unidas comentado la oferta inicial del presidente de 35 millones de dólares de ayuda para las víctimas del maremoto.
 
Resultó providencial porque puso en marcha una puja de generosidades que ha picado al mundo entero forzando a otros muchos a no quedarse atrás demasiado ostensiblemente. Bush multiplicó por diez la contribución oficial en metálico, patrocinó una campaña de gran envergadura para hurgar en los bolsillos de sus conciudadanos y prestó los indispensables medios de la marina americana. Muy pronto quedó en evidencia que era el Occidente, cruzados y judíos, y su apéndice oriental, Japón, quienes estaba ayudando a la nación musulmana mayor del mundo. Nada nuevo, al fin y al cabo, pero los petrodólares islámicos se vieron forzados a significarse. También los vecinos asiáticos tuvieron que hacer algún gesto. China no puede abrigar aspiraciones de gigante y comportarse como un enano.
 
El resultado es que le respuesta del mundo guarda una cierta proporción con la magnitud de la tragedia que es, en la medida en que los términos puedan aislarse, más humana y ecológica que económica, pues dada la precariedad de los ribereños, la ola asesina ha destruido más pobreza que riqueza, salvo en el caso de algunos centros turísticos con instalaciones modernas y capacidad de generar ingresos considerables, lo que vale sobre todo para la costa de Tailandia.
 
Pero la merecida atención que la tragedia ha suscitado necesariamente desemboca en un sinfín de cuestiones. Y naturalmente, la política no puede quedarse al margen. Nada que sea público le puede ser ajeno, tampoco el dolor, la compasión y la generosidad. No es que se trate de aprovecharse de todo ello, pecado en el que en todo caso es facilísimo incurrir. Es que es inherente a la escala en la que los sentimientos se han producido, que roza el equivalente del nueve en la de Richter.
 
Bush no sólo estuvo algo tardo en la dádiva sino también en la dimensión geopolítica del asunto. Pero pronto se puso al día en ambas. La generosidad americana pública y privada, en contante y en especie, debía estar a la altura de la hiperpotencia. Más allá de lo cuantitativo era necesario mostrar liderazgo. Una vez más si Estados Unidos, la potencia indispensable de la ex secretaria de Estado Madelaine Albright, no se pone a la cabeza nada importante se hace a escala internacional. La ayuda debería también ganar esas mentes y esos corazones de los que América anda tan necesitada en el mundo.
 
Otros muchos vieron parecidas oportunidades. Para Naciones Unidas se trata de demostrar su utilidad insustituible tras un annus horribilis, según el propio Annan, personalmente muy afectado por la horribilidad. Australia, ha prometido una ayuda enorme para sus modestas dimensiones demográficas, porque mantener entera y sana a Indonesia le resulta una necesidad estratégica vital. Japón se aprovecha para difuminar malos recuerdos muy persistentes. Los países del golfo de Bengala abordan la asignatura desconocida de la colaboración regional. A Indonesia, Sri Lanka y Tailandia se encuentran con un clima que propicia un cierto entendimiento con sus insurgencias internas. Y otras muchas implicaciones políticas seguirán apareciendo en el desarrollo de la crisis.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

En Internacional

    0
    comentarios