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Jorge Vilches

Aprovechar el nacionalismo

El plan Ibarretxe no les parece tanto un riesgo para la unidad de España o la coherencia constitucional, como una oportunidad electoral en el País Vasco

No todo es debilidad o ignorancia en el Gobierno de Zapatero, o una mera subordinación a Carod Rovira y Maragall. Trataré de explicar cómo los socialistas son capaces de transformar un defecto en virtud, en algo positivo para sus intereses. Y cómo, todo lo que está ocurriendo, este pulso a la democracia de los nacionalistas periféricos, el mayor atentado contra nuestro sistema desde el 23-F, lo está jugando el PSOE a favor de sus intereses de partido.
 
El relativismo del lenguaje político del que hace gala el presidente no es producto de una asignaturas de Derecho Político y Constitucional mal aprobadas. Tampoco es en vano la ausencia de un proyecto territorial para España y de unas bases explícitas de reforma constitucional. El relativismo y la indefinición son posturas imprescindibles para amoldarse a las exigencias del adversario. El silencio y la desaparición del presidente del Gobierno cuando una institución reta a la legalidad, como el Lehendakari, no le comprometen a nada de lo que luego desdecirse. Se trata de construir un Gobierno y un partido que sean un papel en blanco, extensible y capaz de aguantar cualquier axioma.
 
Los discursos de Ibarra y Bono, contradictorios con la línea oficial del partido, no son nada más que apariencia. El españolismo y la defensa constitucional de Bono e Ibarra calman a los socialistas tradicionales, descontentos con la sonrisa complaciente de Zapatero. Pero luego matizan, retroceden y reculan, supuestamente presos de los lazos de ERC y ante la tranquilidad de Zapatero.
 
Todo, en conjunto, permite extender una justificación calculada: la política socialista está condicionada por su servidumbre a ERC. El Gobierno socialista, con este discurso que se oye sin cesar, incluso entre la gente del PP, se permite descargar parte de la responsabilidad de sus decisiones y de su inacción ante los graves atentados contra nuestra democracia.
 
En la recámara ideológica y sentimental del electorado de la izquierda queda la conciencia de que el Gobierno de Zapatero no lleva a cabo una política socialista y nacional porque su debilidad parlamentaria y sus ataduras catalanas le obligan. “Más izquierda, más socialismo, por una mayoría absoluta”, serán sus eslóganes para las elecciones anticipadas que finalmente se forzaran. Y absorberán a Izquierda Unida, sin perder el voto de centro y centro-izquierda, consiguiendo, quizá, la abstención de aquellos votantes populares temerosos de repetir la experiencia de este Gobierno sometido a los independentistas.
 
Por esto no pierden ocasión para hablar de un PP prescindible, agresivo, histérico, cuyas propuestas son reaccionarias, alejadas del pluralismo y de la democracia. La idea es que el PP no consigue nada más que enconar a los nacionalistas; pues, de hecho, dicen, el plan Ibarretxe es el resultado del autoritarismo de Aznar.
 
Los socialistas se eximen de responsabilidad, exhiben esas ataduras que les impiden hacer su política, y utilizan la revolución periférica a su favor. El plan Ibarretxe no les parece tanto un riesgo para la unidad de España o la coherencia constitucional, como una oportunidad electoral en el País Vasco. Donde todos ven una crisis, Zapatero descubre una oportunidad. Para las elecciones vascas de la primavera de 2005, el PSE se presenta como el justo medio, que dirían los liberales franceses. Es la sensatez y la paz entre los dos extremos de la confrontación: el nacionalismo vasco perturbador y el inmovilismo anacrónico de los populares. Así, el PSE pone el resultado electoral por encima de la defensa de la legalidad democrática común, de la nación y de la mínima lógica económica y europea.
 
Y utilizan el envite nacionalista por la independencia para pedir el sí en el referéndum sobre el tratado constitucional de la UE. Porque el Gobierno de Zapatero se ha tomado la consulta del 20 de febrero como un plebiscito sobre su política. Votar la Constitución europea, ha dicho el presidente, es votar por la unidad de España. El objetivo del PSOE de Zapatero es aferrarse al poder, lo que no es ilegítimo, pero sí irresponsable si para ello no duda en arriesgar los pilares políticos e históricos de nuestro país.

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