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José García Domínguez

El plan Groucho Marx

Y es que la sutil violencia simbólica que administran los nacionalistas en Cataluña se ha revelado infinitamente más eficaz que la agresividad física del tribalismo euskaldún

El marxismo de la escuela de Groucho, la doctrina hegemónica hoy en el PSOE, propugna que pasar de la nada a la más absoluta de las miserias constituye siempre una gran victoria estratégica. De ahí que la alternativa de Rodríguez a la ruptura de la legalidad que supone el plan de Ibarretxe sea el proyecto de ficción de legalidad que implicará el plan Maragall. Frente a la independencia de iure, la secesión de facto. Ante las tortas rupestres de los chicarrones de Sabino, la cicuta de diseño de los nois de la tribuna del Barça. Contra la crispación que representan la ETA y el PP, Los Del Río y Chaves explicando a sus paisanos de Santa Coloma de Gramanet que hay que votar "sí" al Estatut soberanista de Carod y Maragall; porque, total, ellos no habrán leído , pero los del PSC dicen que es cosa buena.
 
Así, la tosquedad primaria de los nacionalistas vascongados va a servir de coartada impagable para que, como decía Suárez, en la Cataluña nacional sea normal, es decir normativo, lo que en la calle ya es normal: desprender a la mitad de sus habitantes de la condición política de ciudadanos. Porque el plan Maragall, que es el que de verdad importa porque es el que de verdad quieren colar en el BOE, no pretende otra cosa que dar un barniz jurídico a otra Constitución no escrita, que ya es la única vigente en Cataluña. Ese código de sobreentendidos de observancia obligatoria allí desde que se implantó, ahora hace veinticinco años. El que ordena, por ejemplo, que cerca del sesenta por ciento de los votantes del Tripartito interioricen como algo lógico que ninguno de ellos pueda llegar jamás, ni a conseller de la Generalitat, ni a alcalde de algo que no recuerde a un escenario de novela de Dickens, ni a diputado al Parlament, ni a rector de la Universidad, ni a la más absoluta miseria civil que sobrepase el privilegio de ejercer de palmero en los mítines.
 
Y es que la sutil violencia simbólica que administran los nacionalistas en Cataluña se ha revelado infinitamente más eficaz que la agresividad física del tribalismo euskaldún. Tanto, que les ha proporcionado lo que sus iguales de la boina y las piedras no han atisbado ni en sueños: el dominio absoluto y sin contestación del espacio público. Desde ese monopolio aspiran ahora a forzar la ruptura de los lazos afectivos de los catalanes con el resto de los españoles. Y lo conseguirán si lo que durante veinticinco años ha sido normal, el abandono suicida del Estado y su renuncia a hacer notar su existencia en el Oasis, se reviste de ley formal. O sea, deplan Maragall.

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