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Juan Carlos Girauta

¿Ortodoxia científica o corrección política?

Es evidente que una mujer puede ser una gran científica; hay pruebas de sobra. Y también es evidente que en esta orgía de mediocridad con la que se abre el siglo hay un número de asuntos estrechamente pautados sobre los que no cabe especular ni provocar

Lawrence Summers, presidente de la Universidad de Harvard y ex Secretario del Tesoro, es uno de los más notables economistas del mundo. Para llegar a serlo habrá sacrificado gran parte del tiempo que la mayoría de sus congéneres dedicamos a orientarnos en el mundo contemporáneo, donde hay ciertas cosas que no se perdonan.
 
Si en los diálogos de películas con más de quince años uno detecta incorrecciones en las que hoy nadie prudente incurriría, ¿qué arenas movedizas no habrá de pisar alguien que cree aún en la provocación? El tema de su conferencia era Diversificación de la fuerza de trabajo en las ciencias y en la ingeniería. Algo dijo. Algo que nadie se toma la molestia de reproducir textual ni contextualmente. Algo escandaloso que salta inmediatamente en forma de píldora a la prensa mundial. El presidente de Harvard defiende la superioridad científica de los hombres, titula, por ejemplo, El Mundo. No me lo creo. A estas alturas, y tratándose del tema que se trata, no me creo nada que no pase por el entrecomillado de todas las frases controvertidas de Summers.
 
Puede resultar significativa la reacción de la persona que se ha encargado de airear el asunto, que se llama Nancy Hopkins y es profesora de Biología del MIT. La describe ella misma: “Cuando empezó a hablar de las diferencias innatas de aptitudes entre hombres y mujeres, me costaba respirar, porque ese tipo de cosas me ponen físicamente enferma.” Argumento muy científico. Podía haber dicho que cuando lo oyó sonrió y pensó que Summers no tenía ni la menor idea sobre el estado de la ciencia, y que ya se encargaría ella de refutarlo. Pero no, lo que dijo es que le costaba respirar porque ese tipo de cosas la ponen físicamente enferma. La víscera no debería dar mucho de sí. Pero hete aquí que Flora de Pablos, del CSIC, presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas, opina lo contrario: “Conociendo el prestigio de Nancy Hopkins, que se salió de su conferencia, me temo que sus declaraciones (las de Summers) fueron inaceptables.” Argumento muy científico. Si de prestigio se tratara, el presidente de Harvard lleva ventaja.
 
Bajo el mandato de Summers, los empleos ofrecidos a mujeres en Harvard han pasado del 36 % al 13 %, nos cuentan Hopkins y De Pablos. Ahora sólo falta que aporten algún dato capaz de relacionar el mandato con el descenso, más que nada para que no pensemos que algunos científicos usan los porcentajes como si fueran periodistas y se sienten cómodos con las falacias lógicas (las falacias causales de la causa compleja o el efecto conjunto bien podrían operar aquí).
 
Es evidente que una mujer puede ser una gran científica; hay pruebas de sobra. Y también es evidente que en esta orgía de mediocridad con la que se abre el siglo hay un número de asuntos estrechamente pautados sobre los que no cabe especular ni provocar. Cada vez son más, y sus pautas no tienen absolutamente nada que ver con la ciencia.

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