Uno. Decenas de miles de personas han recordado en la calle que el Estado no puede olvidar ciertos principios. Ni puede ignorar a las víctimas del terrorismo, con quien tiene obligaciones morales. El presidente reclamó en televisión su derecho a intentar lo que otros intentaron. Claro, siempre que demuestre que aprende de los errores y aciertos del pasado. Aznar, que tiene en su haber la reivindicación de las víctimas y notables éxitos antiterroristas sin atajos legales, ha recordado que los asesinos no pueden ser recompensados ni por matar ni por dejar de matar. En la manifestación hubo representantes socialistas que son un ejemplo de dignidad y de fortaleza. Entre ellos, Rosa Díez ha planteado, desde posiciones compartidas con una amplia mayoría de españoles de izquierda y de derecha, sabias propuestas. Además ejerce de voz de la conciencia en la Unión Europea, cuyas debilidades viene denunciando en esta lucha capital.
Dos. La AVT, entidad admirable, no debió convocar una manifestación silenciosa. Tenía razón nuestro compañero Javier Ruiz Portella. Una mejor percepción de cómo están los ánimos habría aconsejado la armonización de tanto sufrimiento y de tanta indignación en lemas compartidos por todos los demócratas. En una multitud sin consignas, es inevitable que un grupo consiga imponer las suyas, que se amplifican en la calle y se magnifican en los medios. La actitud de Peces Barba, su desprecio hacia la AVT y su puñalada a la unidad esencial de todas las víctimas del terrorismo, calentó los ánimos. Y aunque los representantes socialistas que ocuparon su lugar en la manifestación no sufrieron las consecuencias, sí las sufrió el ministro de defensa, que quiso mezclarse con aquellos que tiene derecho a considerar su gente, dada su inequívoca actitud respecto a ETA.