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Amando de Miguel

Anglicismos

Sobre la significación de snob, Ignacio Maldonado aporta una teoría ingeniosa que yo no conocía. Los melindrosos ingleses, cuando viajaban en los antiguos paquebotes, exigían un lugar en la cubierta en el que no diera mucho el sol para no broncearse. Era una época en que se llevaba la tez pálida. La exigencia era la de sun not on board (sin sol en la cubierta). Las siglas snob quedaron para indicar esa petición de aquellos refinados. Repito, muy ingeniosa la explicación. Sin embargo, no me convence. La razón es que la palabra snob existía en inglés desde hacía siglos. Ya lo he explicado en este corralillo. Claro que esto de las etimologías no es una ciencia exacta.
 
Pedro Blanco (Málaga) proporciona una particular definición de esnob: “persona muy afectada, que por su riqueza o su posición en la sociedad, se cree muy superior a sus conciudadanos y lo hace notar de una forma arrogante y antipática”. Está muy bien.
 
Hugo Angelina aporta una traducción para workshop. Muy sencilla: “seminario”. Cierto es que con ese sentido la empleamos. Hay que recordar su origen. Significa “semillero”, quizá como resonancia de la parábola del sembrador. Por eso empezó como un uso eclesiástico. También podríamos decir “vivero”.
 
Enrique García Cao (Pontevedra) reprocha al que escribe los discursos del Rey que cometa el anglicismo de poner el calificativo delante del nombre. Cita: “la armónica convivencia”, la “avanzada articulación territorial”, etc. No me parece una tacha, a no ser que sea sistemática. La ventaja del castellano es que podemos poner el adjetivo antes o después del sustantivo según nos pete o suene mejor. En inglés no hay tanta flexibilidad; normalmente el adjetivo va delante. Optar por esa fórmula del “adjetivo delante” no es necesariamente un anglicismo, sino la preferencia por un uso poético o solemne. No sonaría muy bien “volverán las golondrinas oscuras…” en el famoso poema de Bécquer. Tampoco estaría bien “caballero poderoso / es don Dinero” de Quevedo. El Quijote es el “ingenioso hidalgo”, no “el hidalgo ingenioso”. Y así hasta mil.
 
Adriana Gámez (de México, supongo) se extraña de algunos anglicismos, que los mexicanos traducen muy bien. En cambio, los españoles se aferran al barbarismo. Por ejemplo párking en lugar de “estacionamiento”, bacon en lugar de “tocino” o puzzle en lugar de “rompecabezas”. También en España se utilizan esas otras fórmulas castizas. Hay variantes, como beicon o panceta (puesto que el tocino es solo el blanco). A mí la variante mexicana que más me gusta es “alberca” para la “piscina” de los españoles.
 
Miguel Ángel Toledo (Tenerife) se queja de los muchos reparos que ponemos los españoles en admitir la influencia del inglés. Hombre, conviene defender la coherencia del idioma propio, pero sin cerrarse numantinamente a la influencia del inglés, como en su día nos abrimos al latín o al árabe. Es evidente que el castellano es un idioma romance, pero ─a diferencia de los otros romances─ se dejó influir mucho más por el árabe. Esa permeabilidad hizo que el castellano se impusiera a los otros romances, no tanto por las armas. También influyó la facilidad fonética (cinco vocales, como el vascuence). Tampoco es aconsejable una permeabilidad total, pues de esa forma llegaríamos todos a una especie de pichinglis universal, horro de literatura y de creación científica. La regla sabia es oponerse a un anglicismo cuando hay una palabra castiza ya establecida.
 
Don Miguel Ángel rebate mi idea de que es mejor titular un libro Historia de España frente al anglicismo Una Historia de España. Me reafirmo en mi argumento. Tampoco estaría bien titular La Historia de España, como si no hubiera otra. En español el artículo indeterminado adquiere un tono partitivo que no posee en inglés. Hay que traducir, pero no traicionar.

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