Menú
José García Domínguez

Cuarenta sillas vacías

¿Cuál es la diferencia moral entre planificar el exterminio sistemático y exhaustivo de una raza o el de un grupo social? Para los parientes socialistas, ninguna

Al socialismo de Hitler y Goebbels lo juzgaron durante 1945 en Nuremberg. El otro, el de Marx y Lenin, nos juzga cotidianamente a nosotros desde los tribunales del Alto Comisionado para Enterrar la Verdad Histórica. Ésa es la única, la exclusiva diferencia entre los dos gemelos. No hay otra, nunca la ha habido.
 
Así, escribe una de las comadronas de las criaturas: “Si los axiomas matemáticos son en nuestros países perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin ninguna necesidad de recurrir a la experimentación, es como consecuencia de la herencia acumulada. Por el contrario, sería muy difícil enseñárselos a un bosquimano o a un negro de Australia”. No es un fragmento de Mi Lucha, sino una nota para el Anti-Dühring redactada por Engels. Años después, uno de sus alumnos aventajados cogerá la pluma con el fin de dejar testimonio de lo aprendido. Anota: “La primera pregunta que formulamos es: ¿A qué clase pertenece, cuáles son sus orígenes, su crianza, su educación o profesión? Estas preguntas definen el destino del acusado. Tal es la esencia del Terror”. El autor no se llamaba Himmler, ni trabajó en Auschwitz; era un letón que respondía por Latáis, y fue secretario de Félix Dzerzhinski, el jefe de la Cheka.
 
Por su parte, otro de los padres de la idea, que tampoco se apellidaba Goëring ni Hess, sino Marx, despachaba el problema judío como un “reflejo” de la “fase” del capitalismo dominada por el préstamo financiero. Según él, la revolución sería su solución y, tras ella, ya ningún ser humano se volvería a referir a sí mismo como “judío”. Razón de que los propios marxistas judíos –Trotsky, Luxemburgo, Bauer, Martov– defendieran la autodeterminación nacional en todos los casos, excepto para los hebreos. Otro respetable socialista, el inglés Bernard Shaw, más moderno que el fundador de la Internacional, se inclinaba por buscar las soluciones en los avances de la industria química. Así, en 1933, firmó un artículo en el periódico The Listener instando a los laboratorios a que “descubran un gas humanitario que cause una muerte instantánea e indolora, en suma, un gas refinado –evidentemente mortal– pero humano, desprovisto de crueldad”. Naturalmente, se destinaría a eliminar a todos los enemigos del socialismo. Los socialistas nacionales del Continente, que compartían idéntico anhelo, se harían con la patente sólo cinco años después.
 
¿Cuál es la diferencia moral entre planificar el exterminio sistemático y exhaustivo de una raza o el de un grupo social? Para los parientes socialistas, ninguna. De ahí que, hasta 1941, la Gestapo y la NKVD soviética cooperaran estrechamente en la captura de miles de judíos alemanes huidos a la URSS. Y también de ahí que los partidos comunistas europeos sabotearan el esfuerzo bélico hasta que Stalin se vio atacado. Aún se conserva, para gloria del antifascismo militante, la grabación desde Radio Moscú de Maurice Thorez, el jefe del Partido Comunista francés, implorando al ejército de su país que no resistiera a la invasión de los socialistas nacionales de Hitler. ¿Y cuál es la diferencia moral entre Auschwitz y el Gulag? Cuarenta sillas vacías en medio de una isla helada. Las que nunca ocuparán los estadistas reunidos en Polonia para honrar a las víctimas de los otros socialistas.

En Sociedad

    0
    comentarios