Pues ya está hecho. Un debate que nunca debió celebrarse acerca de un proyecto que no debió aprobarse basado en una estrategia que no debió imponerse. Dicen que a algunos de los vascos no nacionalistas se les saltaban las lágrimas de pena y frustración al ver la recepción que le dispensaba la sede de la soberanía nacional a la corte de Ibarretxe. Hay algo de kafkiano en todo esto, algo ridículo y absurdo que tiene que ver con ir perdiendo la libertad por los pasillos, ante los togados, bajo las luces mortecinas de la burocracia. Y un cansancio invencible que acaba conformando a los menos convencidos y a los más interesados; perder a pedazos la libertad, de acuerdo, pero ya basta; vivir un poquito sojuzgados, mirar hacia otro lado, olvidar los nombres de los muertos, renunciar y ceder, de acuerdo, lo que sea con tal de detener esta discusión demencial sobre las esencias, esa infinita derivación histórica de agravios, ese cuento chino; lo que quieran. Pues no.
Les molesta especialmente a los recolectores de nueces abatidas y a la izquierda a punto de conformarse lo que denuncian como una dicotomía maniquea nacida en la era Aznar, nacida del martirio de Miguel Ángel Blanco: “con nosotros o contra nosotros” sería una disyuntiva inaceptable. Pero lo cierto es que los caminos que se bifurcan no se los ha inventado Aznar, ni Acebes ni Mayor Oreja. La bifurcación la han puesto ellos, unos a base de matar y otros a base de ponerle precio al fin de la pesadilla. Pero la pesadilla, en esas condiciones, crecería, se ahondaría.