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EDITORIAL

Submarino de ida y vuelta

Si el ministro no dimite, que lo dimitan, la capacidad de aguante de la diplomacia española tiene un límite que Miguel Ángel Moratinos ha rebasado hace ya demasiado tiempo

Ayer se presentó por sorpresa el submarino nuclear británico “HMS Spectre” en el puerto de Gibraltar. Según Londres, la nave sufre una "avería en el sistema de refrigeración del motor diesel que no afecta al reactor". Es un submarino antiguo, de casi 30 años de edad, el más veterano de la flota, que ha tenido multitud de problemas técnicos a lo largo de la última década y que lleva varios años sometido a continuas reformas y arreglos para mantenerlo a flote. La visita del submarino, sin embargo, no ha sido una sorpresa para todo el mundo. Moratinos lo sabía. El Gobierno británico había informado de la escala gibraltareña hace una semana a nuestro titular de Exteriores. Y de ahí no pasó.
 
Durante todos estos días Miguel Ángel Moratinos ha ocultado a sabiendas una información que, tal vez para él, carezca del relieve suficiente pero que tiene miga suficiente como para que se hubiese hecho pública en el acto. Por un lado el “Spectre” es un buque de guerra extranjero propulsado por energía nuclear, y por otro no es una embarcación cualquiera, es un submarino muy parecido al que hace dos años atracó en el mismo puerto y que ocasionó un considerable revuelo. El Reino Unido tiene pleno derecho a reparar los submarinos de su flota en Gibraltar, la capital del Peñón sigue siendo una colonia británica y nadie puede impedir que el almirantazgo haga uso de ella como crea conveniente. Cuando estalló el escándalo del “Tireless” la situación era idéntica, pero el Gobierno de entonces le hizo frente. Mantuvo informada a la opinión pública y en ningún momento se hizo demagogia con la situación.
 
Los que si que la hicieron fueron los que se encuentran hoy ocupando, entre otras dependencias oficiales, los despachos del Palacio de Santa Cruz. Con las tornas cambiadas, todo lo que a los antiguos agitadores se les ha ocurrido hacer ha sido ocultar información y dejar que la cosa corriese. El problema es que si las mentiras tienen las patas muy cortas, las del ministro Moratinos las tienen diminutas. Porque, a fin de cuentas, más tarde o más temprano iba a saltar el caso a los medios y se iban a exigir explicaciones al Ejecutivo. Al previsible alboroto por la indeseable llegada a nuestras costas de un submarino nuclear se suma de este modo un inmenso e innecesario engaño del ministro.
 
Visiblemente nervioso en una rueda de prensa en la que no admitió pregunta alguna por parte de los periodistas, Moratinos se limitó a leer una declaración institucional en la que expresaba una “firme protesta” por la presencia del submarino. ¿Y bien? Los británicos no han violentado ninguna ley y hasta han tenido la cortesía de informar a nuestra diplomacia de la visita. ¿Cuál es el objeto de esa protesta?, ¿por qué no la hizo hace una semana? El desgaste del ministro es ya alarmante, tiene tantos frentes que él mismo se ha abierto a base de encadenar estupideces y torpezas que su permanencia en el cargo, al frente de una cartera tan importante, es, cuando menos, comprometida. Si el ministro no dimite, que lo dimitan, la capacidad de aguante de la diplomacia española tiene un límite que Miguel Ángel Moratinos ha rebasado hace ya demasiado tiempo.
 
El mar de fondo, y nunca mejor traída la comparación, de todo este asunto quizá resida en el realineamiento estratégico del Gobierno Zapatero, consistente, en esencia, en tirar por la borda todo lo conseguido en la era Aznar. Desde el abandono unilateral del eje Atlántico hasta el acercamiento a Marruecos o a Venezuela, las nuevas coordenadas de nuestra política internacional dibujan un caprichoso escenario que los jugadores de ventaja, como los británicos, suelen aprovechar. Entre los muchos desmanes en materia exterior que Moratinos está protagonizando figura en posición privilegiada el reajuste de las relaciones con Gibraltar. La colonia, gracias a los nefastos oficios de Moratinos, tiene hoy voz propia y derecho a veto en las reuniones entre España y Gran Bretaña. Algo inaudito y que dinamita las esperanzas españolas de ver restituida alguna vez la colonia ocupada irregularmente por el Reino Unido hace trescientos años.

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