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Juan Manuel Rodríguez

El Mundial de la concentración

España se lo creyó cuando de la ilusión se pasó a la concentración, y en ésta última se cimentó una fe indestructible en sus propias posibilidades

Hizo bien Juan Carlos Pastor en dividirles en dos el Mundial de Túnez a sus jugadores: el "Mundial de la ilusión", que sería la primera fase, y el "Mundial de la concentración". No podemos decir en absoluto que nuestro balonmano no haya sido uno de nuestros deportes de mayor éxito y calado popular, no, más bien al contrario: entre 1996 y 2000, España conquistó cinco medallas entre Campeonatos de Europa y Juegos Olímpicos; pero la selección era incapaz de cruzar el Rubicón de las semifinales en una cita mundialista. Así ocurrió ante Suecia (1997), Rusia (1999) y Croacia (2003. Para más "inri", España quedaba apeada del Mundial siempre por diferencias pírricas. Contra Suecia se empató a 24 goles, y con Rusia y Croacia se perdió por uno y dos respectivamente.

Siempre llegábamos más ilusionados que nadie a esos partidos, pero la victoria se la llevaban otros. Pastor, a quien ya copian sus métodos de trabajo en todo el mundo como si el técnico del Balonmano Valladolid retuviera el secreto de la "Coca-Cola", fue inteligente al darle la vuelta al Mundial como si de un calcetín se tratara. ¿La primera fase?... El "Mundial de la ilusión"... ¿A partir de la segunda?... El "Mundial de la concentración", o quizás de la "concentración ilusionante". Por eso si yo hubiera de quedarme con un partido clave, elegiría la semifinal contra Túnez. En el Pabellón 7 de Noviembre de Rades, ante catorce mil enfervorizados tunecinos que habían ido allí con el objetivo claro de ganar "su" torneo, en un ambiente endiablado, la selección española acabó por fin con la maldición mundialista y se demostró a sí misma que podía ganar el campeonato. Naturalmente que meterle cuarenta goles a Croacia en la final está al alcance de muy pocos, pero España se lo creyó cuando de la ilusión se pasó a la concentración, y en ésta última se cimentó una fe indestructible en sus propias posibilidades.

Conviene recordar precisamente ahora que el trabajo de Pastor estuvo rodeado de cierto escepticismo. En Túnez no estuvieron, por ejemplo, Talant Dujshevaev o Enric Masip, y el seleccionador organizó una "transición silenciosa" y, por lo que se ve, en absoluto traumática, con Albert Rocas o Rubén Garabaya. Los alemanes, por ejemplo, no pueden decir lo mismo. El éxito de Juancho Pérez es el de Juan de la Puente, y el de Mateo Garralda es el de "Papitu", Melo, Guijosa y "Pitiu" Rochel. Está claro que el triunfo de Barrufet y Hombrados es el triunfo de Lorenzo Rico, y el de Romero está cimentado en aquel brazo de oro, el del grandioso Cecilio Alonso, que detonaba el brazo con cada uno de sus poderosos lanzamientos. En balística están muy ocupados estos días comprobando el último gol de Iker Romero.
 
Enhorabuena a todos. Y felicidades a mi querido compañero Luis Malvar, el periodista que más sabe de balonmano en España, que, al final del partido, no pudo contener las lágrimas y se echó a llorar. Lloró de alegría, una alegría contenida durante muchos años.

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