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José Vilas Nogueira

No al referéndum

Zapatero, que se llena la boca continuamente con el diálogo y el debate, lo dijo claramente cuando anunció el referéndum. “Nada de debate, pedagogía”, esto es, en cristiano viejo, manipulación

En este periódico se han expuesto muchos argumentos a favor del “no” en el próximo referéndum sobre la llamada “Constitución Europea”. Subscribo la mayor parte de ellos y no pretendo añadir ninguno nuevo. Sin embargo, en mi opinión, conviene discernir entre dos cuestiones que suelen aparecer mezcladas, pero que son lógicamente distintas, y se plantean en orden sucesivo. Una, la primera, se refiere a la oportunidad, incluso, a la legitimidad del referéndum. Otra, la segunda, al juicio positivo o negativo que a cada uno pueda merecer la sedicente “Constitución Europea”.
 
Me centraré en la primera cuestión. ¿Por qué y para qué se convoca el referéndum? Nuestra Constitución sólo prevé referéndums (en rigor gramatical, habría de decirse referenda, pero me rindo al barbarismo, pues parece haberse impuesto) obligatorios y por tanto de resultado vinculante a propósito de la iniciativa y reforma de los Estatutos de autonomía y de la reforma constitucional. Si el Tratado internacional que pomposamente se presenta como Constitución europea, fuese de verdad una Constitución debería haberse modificado la española para exigir, por homología, este mismo requisito. Sin embargo, para los Tratados internacionales, la Constitución de 1978 no establece la mediación del referéndum para su autorización por las Cortes, ni siquiera para los Tratados que pudieran afectar a la integridad territorial del Estado o a los derechos y deberes fundamentales. El referéndum convocado para el próximo día 20 se fundamenta, por tanto, en el art. 92.1 que establece que “las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. Por tanto, (I) este referéndum pudiera ser oportuno, pero no es necesario para la ratificación de la “Constitución europea”.
 
¿Es oportuno? Según el PSOE claro que lo es, oportuno y urgente. Debemos ser los “primeros en Europa”. ¿A qué vienen estas prisas? No es difícil adivinarlo. Una verdadera Constitución debe establecer los órganos del poder institucionalizado, con arreglo al esquema de la división de poderes y no a cualquier otro, los derechos individuales y las reglas fundamentales del juego político. Todo lo demás es ganga no sólo inútil, sino contraproducente. Y como acumulación de ganga contraproducente, el Tratado constitucional europeo es un pésimo conato de Constitución. Contiene, con todo, un modelo de organización de los poderes de la Unión. ¿Y cuál es el modelo precedente, al que quiere sustituir? El Tratado de Niza, mucho más favorable a España. De aquí traen causa las descalificaciones socialistas hacia el Partido Popular, por su “antieuropeísmo”. Aznar fue “antieuropeísta” por haber defendido con éxito los intereses españoles en Niza, y por su participación en el “trío de las Azores”. Lo dice impúdicamente Zapatero mientras mitinea a favor de “Europa”, en compañía del señor Durâo Barroso, que fue el anfitrión de las Azores y es, ahora, el presidente de la Comisión Europea. El PP sigue siendo “antieuropeísta porque apoya el sí sólo con la boca pequeña”. Ha puesto la otra mejilla y, claro, es retribuido adecuadamente. De aquí que, (II) el referéndum y las prisas en su convocatoria responden a la necesidad socialista de hacer olvidar Niza, y al propósito de toda la política de su Gobierno: destruir al PP. Puede parecer ésta una conclusión maliciosa o exagerada. Pero no lo es, como muestra el que los socialistas ataquen al PP por su “tibieza” y ahorren sus ataques a Esquerra Republicana de Catalunya o a Izquierda Unida, sus socios de gobierno, que, en cambio, postulan un no sin ambages. Si es tal, el entusiasmo europeísta del PSOE, ¿cómo se explica que la política exterior del Gobierno se concentre en Cuba, Venezuela, Marruecos; cómo se explica la “alianza de civilizaciones”?
 
Podría, no obstante, ser oportuno el referéndum como ocasión de discutir las ventajas e inconvenientes de la adhesión de España a este Tratado. Algún otro país europeo nos puede igualar, ninguno nos supera, en la escasez y trivialidad de la discusión de la cuestión europea. Ciertamente, según las encuestas la población española es una de las más europeístas de las concernidas por esta cuestión. Pero este sentimiento parece más consecuencia de la ausencia del debate que del convencimiento. De otra parte, es perfectamente comprensible porque desde la década de los 70, Europa y democracia han sido términos íntimamente asociados entre nosotros. Y el considerable desarrollo económico que hemos experimentado en los últimos veinticinco años se ha asociado también a los beneficios de la integración en “Europa”. Por éstas y alguna otra razón, cuyo desarrollo nos alejaría del objeto de este artículo, la discusión de la cuestión europea es una de las ausencias más llamativas en nuestra opinión pública. El referéndum podría ser una buena oportunidad para llenar esta ausencia. Pero, tampoco. Sobran las prisas y falta la voluntad. Zapatero, que se llena la boca continuamente con el diálogo y el debate, lo dijo claramente cuando anunció el referéndum. “Nada de debate, pedagogía”, esto es, en cristiano viejo, manipulación. Por tanto, (III) por exceso de prisas y por la voluntad manipuladora de los socialistas, el referéndum tampoco corrige la ausencia de debate sobre “Europa”, que arrastra crónicamente la opinión pública española.
 
Finalmente, como inevitable corolario de lo anterior, (IV) el Gobierno de la nación ha vulnerado y sigue vulnerando la exigencia de neutralidad, que deriva del juego conjugado de la Ley de Referéndum y de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Incluso, a pesar de su condescendiente benevolencia, la Junta Electoral Central no ha tenido más remedio que modificar el lema gubernamental, que implicaba estridentemente una apelación al sí. Y es que, salvo algunos países, con tradición política de democracia directa o semidirecta, instituciones y cultura política singulares, como Suiza, el referéndum no es un buen sistema para la adopción de decisiones políticas (no en balde es tan apreciado por los dictadores).
 
Por todo ello, yo prefiero un “no al referéndum”, esto es la abstención, a un “no a la Constitución europea”, aunque no sea difícil encontrar motivos para el segundo.
 
José Vilas Nogueira es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Santiago de Compostela

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