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EDITORIAL

Un estado palestino que erradique el antisemitismo

El acuerdo firmado entre Mazen y Sharon debe ser el primer paso para llegar a esa paz que, como Golda Meir dijo a los árabes, “llegará el día que améis a vuestros hijos más de lo que nos odiáis a nosotros”

El primer ministro de Israel, Ariel Sharon y el presidente palestino, Abú Mazen, han anunciado un histórico alto el fuego y su voluntad de llevar a cabo un estricto cumplimiento de la llamada Hoja de Ruta. Ese plan de paz, diseñado por el cuarteto de Madrid (EEUU, Rusia, la ONU y la UE), que tenía y tiene como objetivo la proclamación de un Estado palestino capaz de coexistir pacíficamente con Israel, fue inicialmente violado por parte palestina en tiempos de Arafat, quien nuevamente prefirió alentar el terror contra Israel antes que comprometerse con un proceso de paz.
 
Hay varios factores que, con toda la precaución exigible, permiten ahora albergar la esperanza de que los palestinos opten de una vez por todas por la represión del terror -en lugar de por su práctica- como vía para erigir un Estado propio.
 
En primer lugar, cabe señalar la enérgica política defensiva llevada a cabo por el gobierno de Sharon que, lejos de mostrar señales de debilidad, ha respondido militarmente ante cada violación terrorista al plan de paz que toleraban —cuando no instigaban— las anteriores “autoridades” palestinas. Si hay palestinos que, a estas alturas, todavía se niegan a considerar estéril o contraproducente la práctica del terror, no es desde luego por culpa de Ariel Sharon.
 
Otro factor que llama al optimismo es el propio relevo de Abú Mazen al frente de la Autoridad Nacional Palestina, tras la desaparición de ese terrorista incapaz de reciclarse que fue Yasser Arafat. El nuevo dirigente, por el contrario, ya dio muestras en el pasado de comprender, antes de ser cesado por Arafat, de que, no era Israel, sino la práctica del terror, el principal obstáculo para que Palestina se dotara de un Estado propio.
 
Finalmente, no se puede dejar de mencionar la positiva labor de EE UU en general y la del gobierno de Bush en particular. Si Estados Unidos siempre ha respaldado el derecho de Israel a defenderse, el Gobierno de Bush ha dado muestras, además, de su compromiso con la paulatina democratización de Oriente Próximo. Si este compromiso pasa por la democratización de Irak, también abarca coherentemente la exigencia de que el Estado palestino sea, desde el mismo momento de su nacimiento, tanto respetuoso con los derechos de sus ciudadanos como con los de sus vecinos judíos.
 
El objetivo de estas negociaciones —y esperemos que la de Abú Mazen sea una muestra sincera de entenderlo– no es que los enemigos de Israel se doten un Estado soberano, sino de erigir en Palestina un estado capaz de convivir pacíficamente con Israel.
 
Es aquí, sin embargo, donde, si no el pesimismo, sí es exigible el realismo. Han sido muchas décadas de inculcar el odio antisemita; un odio que, al margen de la guerra, ya lo propagaban y lo siguen propagando los sectores más integristas de una religión con altas dosis de intolerancia como la islámica. Recuérdese que hasta el día de hoy Israel ni siquiera figura en los mapas de los árabes, que los niños palestinos estudian en clase que Israel debe ser destruido, y que quien se suicida haciendo explotar una bomba en un ómnibus de pasajeros judíos ha sido elogiado como modelo de "mártir sagrado". La llamada “causa palestina”, desgraciada y contraproducentemente, ha ido durante demasiado tiempo indisociablemente unida a la genocida idea de “echar a todos los judios al mar”.
 
Si el desparecido líder de Hamas, Ahmed Yasín consideraba que “la paz con Israel es contraria a la ley islámica”, sus sucesores al frente de la organización terrorista ya han advertido que “No hay un alto el fuego con el enemigo sionista sin un precio".
 
En cualquier caso, el acuerdo firmado entre Mazen y Sharon debe ser el primer paso para llegar a esa paz que, como Golda Meir dijo a los árabes, “llegará el día que améis a vuestros hijos más de lo que nos odiáis a nosotros”.

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