Menú
Carlos Semprún Maura

Hacer el ridículo no mata

Cierto es, desgraciadamente, que en tiempo de guerra e intifada, Francia es su aliado, y proporciona armas a los terroristas palestinos; en tiempos de negociación y alto al fuego, Francia no pinta nada

No mueren, pero están haciendo el ridículo. Apenas Condoleezza Rice llegó a Jerusalén y Ramalla para apoyar con todo el peso de los EEUU las negociaciones para un alto al fuego entre israelíes y palestinos, Chirac envió al infeliz de Michael Barnier a figurar de ministro en la región. No es peor que Moratinos, sencillamente porque eso es imposible. ¿Qué podrá añadir o restar ese señor? Evidentemente nada, pero el espectáculo funciona y los medios franceses afirman tranquilamente que “para los palestinos” la visita de Barnier es mucho más importante que la de Rice, y además aman a Francia, porque se ocuparon también de Arafat que según ingresó en un hospital militar se murió. Cierto es, desgraciadamente, que en tiempo de guerra e intifada, Francia es su aliado, y proporciona armas a los terroristas palestinos; en tiempos de negociación y alto al fuego, Francia no pinta nada.
 
Sin limitarse a hacer el ridículo en Costa de Marfil, enfrascándose en un conflicto sin solución; que no es ni guerra, ni guerrilla –más bien guerrita– pero con violencia y muertos, Francia amenaza ahora con hacer lo mismo en Togo. En este pequeño país africano durante 40 años mandó un dictador, el Presidente Eyadema, pero como era “amigo de Francia”, todo iba bien, pese a infinidad de conflictos, golpes de estado fracasados y disturbios por doquier. Muere el dictador, y el ejército nombra a su hijo presidente, pese a la Constitución que prevé, (como en Francia), que el Presidente de la Asamblea se haga cargo del interino. Ni cortos ni perezosos, los militares reforman la Constitución, y prohíben al Presidente de la Asamblea –de viaje por los Emiratos– volver al país. Puede que esto no sea un modelo de democracia y que durante cuarenta años Francia apoyó al dictador padre y ahora se enfada con el dictador hijo. ¿Por qué?, ¿querían imponer democráticamente a otro dictador aún más dócil? Veremos.
 
Cuando Martine Aubry ya no era ni ministra ni diputada, sólo alcaldesa de Lille, declaró que había que mantener “su” ley sobre las 35 horas, aunque tal vez sería bueno adaptarla, porque era demasiado rígida en cuanto a que exigía lo mismo en todas las empresas, así como la prohibición a todos los asalariados de poder “trabajar más para ganar más”. Pues bien, esto es exactamente lo que pretende el gobierno, y ahora, toda la izquierda empezando por la propia Martine Aubry, se le ha echado encima, insultándole y tachándole de carca. Unos 250.000 funcionarios y algunos militantes políticos –la costumbre en Francia es anunciar siempre el doble de manifestantes– desfilaron el pasado sábado en toda Francia para que no se cambie nada. Lo único que ha logrado la oposición, por ahora, es retrasar el voto de la nueva ley en el Parlamento. Este carnaval, les permite fingir unidad, cuando la división y la crisis sacude a la izquierda. Por ejemplo, en contra de la voluntad de su secretario general, Bernard Thibaud, que consideraba que su sindicato, la CGT, no debería dar consignas de voto en el referéndum sobre la Constitución europea, el 82 por ciento de los dirigentes cegetistas se han declarado partidarios de un rotundo “no”. Después de esa bofetada política, se plantea la dimisión de Thibaud. Mientras tanto, y para ganar tiempo, se manifiesta contra el malvado capitalismo.

En Internacional

    0
    comentarios