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Fundación Heritage

El primer olivo

El voto iraquí del 30 de enero me da esperanza: quizás he sobrestimado el tiempo que lleve alcanzar el objetivo de implantar la democracia laica en el mundo árabe. Así lo espero

Por Jay Bryant

El “primero” de cualquier cosa es muy caro. El primer paracetamol, el primer Corvette, el primer ordenador. El siguiente es muchísimo más barato. La primera democracia árabe, entre otras cosas, nos cuesta cientos de miles de millones de dólares, pagados con los impuestos de los americanos y, hasta la fecha, con la vida de 1.430 valientes y maravillosos miembros de las Fuerzas Armadas Americanas.
 
“Irak Libre” salió de la fábrica, mientras sus orgullosos trabajadores, el electorado iraquí, levantaban sus dedos manchados en tinta azul y sonreían felices ante cualquiera con una cámara; algún día contarán a sus nietos cómo desafiaron a los nihilistas terroristas para poder votar en la primera elección libre del mundo árabe. Y cuando el último de ellos haya fallecido finalmente (al igual que cuando murió el primer votante americano de 1789) los libros de Historia de su país hablarán de aquel tiempo de formación, cuando Irak ocupó su lugar en la lista de las naciones libres del mundo. Quizás esos libros estén llenos de elogios hacia Estados Unidos; quizás, como hacemos con los franceses, rebajarán la importancia del papel que jugó el amigo poderoso y se den ellos mismos todo el crédito. En realidad no importa.
 
Para esa época, infinidad de alegrías y tribulaciones habrán ido y venido en la tierra del Tigris y el Éufrates, porque la libertad no es ni utopía ni el cielo. Tal vez algún reformista esté pidiendo a gritos que se debe mejorar el sistema judicial de la nación, alegremente ignorante de lo que significaba “justicia” bajo el puño de Sadam Hussein. Pero creo con todo el corazón que los iraquíes de esos días seguirán viviendo en libertad y que disfrutarán de pacíficas relaciones con sus vecinos, quienes entretanto también habrán alcanzado la democracia. Es muy sabio tratar a la democracia como si fuese la cosa más frágil del mundo, pero si lo piensa usted bien es sólo en sus inicios cuando es débil e indefensa, enfrentándose a amenazas internas y externas. Una democracia en pañales es presa fácil en manos de un aspirante demagogo que crea ser un reciente Napoleón. Una democracia incipiente puede ser arrollada por vecinos fuertes y represivos, como le pasó a la Europa del Este en los meses y años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero las democracias maduras son increíblemente duraderas, fuertes como el roble, cuyas fibras se entrecruzan, dando como resultado su fortaleza.
 
Estados Unidos, que ha sido la comadrona de la novata democracia iraquí, debe ayudar ahora a que Irak se proteja de las amenazas externas y las enfermedades internas, para que pueda crecer. “Retirarse ya”, como insensatamente pide el senador Kennedy, sería una forma de infanticidio. Y si un futuro de libertad para 25 millones de iraquíes no es suficiente motivación para seguir deseando apoyar sus valientes esfuerzos a respirar en libertad, entonces debemos hacerlo por Estados Unidos.
 
Uno de los grandes debates de las elecciones presidenciales de este otoño fue: ¿es la guerra de Irak parte de una guerra más amplia contra el terror, o una distracción de ésta? Si usted cree lo primero, probablemente votó por Bush. Si creyó lo otro, votó por Kerry. Quisiera proponer una tercera opción, una en la que creo más firmemente por las sorprendentemente buenas noticias de la votación iraquí: ambas, la guerra en Irak y la guerra contra el terror, son componentes de una política más amplia que en septiembre de 2002 denominé por primera vez “la secularización de Islamia”.
 
Aquí está lo que escribí entonces, un año después del 11-S y meses antes de que entráramos en la Guerra de Irak:
 
“Durante 46 años, entre 1945 y 1991, la gran estrategia de la política exterior americana fue la contención y el retroceso del comunismo. En la siguiente década no ha habido ninguna política exterior coherente para nada. 
 
Después del 11 de septiembre de 2001, debemos adoptar la siguiente gran estrategia: la secularización de Islamia. Éste es un objetivo mucho más grande que la derrota del terrorismo; es también un objetivo mucho más alcanzable. No digo que vaya a ser fácil. Requerirá reveses, retiradas estratégicas y desvíos, uno de los cuales es la necesidad de un cambio de régimen en Irak.
 
Adoptar una gran estrategia para secularizar Islamia provocará que haya gente chillándonos, manifestantes protestando, obtusos intelectuales levantando sus dedos en amenaza. Igual que durante la Guerra Fría... E igual que durante la Guerra Fría, si tenemos la fortaleza de mantener el curso ganaremos. Me tomará el resto de la vida, quizá tomará el resto de la suya también, querido amigo, pero ganaremos”.
 
Por razones históricas y étnicas, Irak tiene que ser el primer olivo árabe por sacudir.
Es por eso que la política del petróleo, las armas de destrucción masiva y otras minucias nunca importaron de verdad. El voto iraquí del 30 de enero me da esperanza: quizás he sobrestimado el tiempo que lleve alcanzar el objetivo de implantar la democracia laica en el mundo árabe. Así lo espero.
 
 
©2005 Jay Bryant.
©2005 Traducido por Miryam Lindberg.
 
Jay Bryant es un famoso experto en Medios de Comunicación. Publica artículos de opinión tres veces por semana en The Optimate; artículos que son fielmente seguidos en la Casa Blanca y el Capitolio.

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