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Guillermo Rodríguez

Cuchicheos en la Red

El pecado que le ha costado a Jean su puesto de trabajo ha sido el de la verborrea. ¿Qué ganaba publicando ciertos secretos o información interna de Google? Notoriedad y protagonismo derivados de un exceso de seguridad en sí mismo.

El sexto mandamiento de Google reza que es posible obtener ingresos "sin ser malo" con sus usuarios. Es el famoso y muy analizado "Don´t be evil". De ello se deduce que el buen rollo y las risas en la empresa son perfectamente compatibles con ciertas dosis de bondad hacia los usuarios. Es la cuadratura del círculo para cualquier negocio: llenar la cartera y que te quieran. Google lo había conseguido hasta 2005. Sin embargo, muchos internautas consideran ahora que el buscador ha pisado terreno reservado al demonio. Google, dicen, ya es malo.
 
El cambio de opinión se produce como consecuencia del despido fulminante de un empleado que, a los pocos días de ser contratado, abrió una bitácora para relatar cómo era la vida de un trabajador en la puntocom mejor valorada del planeta. En realidad, la idea de Mark Jean, que así se llama el despedido, no es nueva: cada vez son más los "weblogs" donde los empleados comentan pasajes del día a día en su compañía, cuáles son los nuevos desarrollos que se traen entre manos o los próximos lanzamientos. Más que "weblogs", muchas veces son páginas de marketing. Ahí están y no molestan.
 
Sin embargo las cuestiones que abordó Jean fueron cuando menos delicadas. Entre otras muchas lindezas, alabó las entretenidas fiestas que organizan periódicamente los responsables de la compañía ("¡Larry y Sergey sí que saben cómo montar una fiesta!", escribió), que con todo no fue lo peor. No. Lo que generó mayor malestar fueron las comparaciones con Microsoft. A juicio de Jean, la empresa con sede en Redmond ofrece condiciones laborales, sueldos y formación mucho mejores que Google.
 
Para muchos lo sucedido con Jean es un disparo en la línea de flotación de la libertad de expresión. Su caso, sostienen, es similar al de la azafata de Delta Air Lines, Ellen Simonetti, que también pasó a engrosar la lista del paro por publicar en su bitácora fotografías en las que aparecía vestida con el uniforme de la compañía. O al de Michael Hanscom, que desde su puesto en la empresa de fotocopias del campus de Microsoft, fotografió la llegada de ordenadores G5 de Apple a las oficinas de la compañía. La imagen la publicó en su "weblog" bajo el título "Incluso Microsoft quiere G5s". Estos casos y otros más han llevado a varios "webloggers" a redactar un manifiesto en el que piden que "si se quiere castigar a un empleado por lo dicho en su weblog, antes hay que establecer políticas claras sobre este tema y distribuirlas entre los trabajadores para que sepan qué pueden y qué no pueden decir. Nadie debe ser despedido por su weblog a menos que se pueda probar que el trabajador ha causado un daño internacional".
 
"Daño internacional" es un perjuicio demasiado amplio como para ser tomado en serio. ¿Acaso sólo debe despedirse a un "blogger" cuando sus comentarios provocan el hundimiento de su empresa en Bolsa? El pecado que le ha costado a Jean su puesto de trabajo ha sido el de la verborrea. ¿Qué ganaba publicando ciertos secretos o información interna de Google? Notoriedad y protagonismo derivados, como él mismo ha reconocido, de un exceso de seguridad en sí mismo. Jean se va a la oficina del paro por indiscreción y falta de seso.
 
Por mucho que los "weblogs" representen un paso de gigante en la libertad de información, ésta debe mimarse y controlarse. Cualquier empleado debe cuidar mucho a qué compañero de la oficina confía sus opiniones, ya sean sobre la empresa, su jefe o la secretaria. Y aún así, siempre se corre el riesgo de que el inocente comentario llegue a oídos de los máximos responsables. Y que no les guste. El caso Jean es sorprendente sobre todo porque no termina de entenderse cómo Google contrató a una persona que sólo ha llegado a ser consciente de la importancia que tienen los "weblogs" tras su despido. Jean ni siquiera se conformó con comentarle a su vecino de mesa lo excelente que era Microsoft en materia de condiciones laborales. El exceso de protagonismo le llevó a detallárselo a millones de personas. A todos aquellos que teclearan la dirección de su bitácora. Y eso se paga.

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