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EDITORIAL

Una política energética contradictoria y salvaje

Bien podría aprovecharse la injusta buena prensa que tiene el Protocolo de Kyoto para mejorar la injusta mala imagen que padece la energía nuclear

Este miércoles ha entrado en vigor el tristemente célebre Protocolo de Kyoto. Lo que pretende ser una solución ante el supuesto cambio climático no es más una terapia dañina, basada, además, en un diagnóstico mal efectuado. Los lectores de Libertad Digital tienen desde hace tiempo, y seguirán teniendo a su disposición, los cada vez más numerosos informes que refutan las mediciones climáticas en las que dicho protocolo basa sus alarmistas juicios medioambientales, tanto como advierten de los desastrosos efectos económicos que implicaría aplicar sus drásticas “soluciones”.
 
No obstante, si algo tiene de positivo el Protocolo de Kyoto es que sus infundadas y espartanas obligaciones para reducir la emisión de gases de efecto invernadero podría suponer un acicate para que los políticos responsables, al menos propusieran recurrir en mayor medida a la energía nuclear, infantil y absurdamente satanizada, a pesar de ser una de las energías más rentables, productivas y cuidadosas del medio ambiente.
 
De hecho, desde hace años, organismos como la OCDE o la propia Comisión Europea han advertido de la necesidad de reabrir el debate sobre la energía nuclear, cuya animadversión popular descansa más en apocalípticas impresiones cinematográficas que en sólidos conocimientos científicos.
 
Diferentes estudios señalan que, de entre las tecnologías de producción eléctrica, la nuclear, además de ser de las más baratas, es la que menos emisiones de dióxido de carbono produce (0,01 gramos por kilovatio producido) frente al carbón (1.026 gramos) o el ciclo combinado (402 gramos). En este sentido, bien podría aprovecharse la injusta buena prensa que tiene el Protocolo de Kyoto para mejorar la injusta mala imagen que padece la energía nuclear.
 
Este martes, sin embargo, hemos podido comprobar el grado de irresponsabilidad y demagogia del que es capaz ZP con tal de no correr el menor riesgo ante lo políticamente correcto. No contento con asumir como positivo el protocolo de Kyoto, el presidente del Gobierno ha reiterado su animadversión a la energía nuclear y ha mantenido su compromiso de hacer que desaparezca en un plazo de 20 años.
 
Bien podría el Gobierno en esta ocasión seguir el ejemplo de Francia, país que ha demostrado la viabilidad de la energía nuclear de forma masiva y económica, persiguiendo y alcanzando un objetivo superior al 80 por ciento de la demanda total de energía eléctrica.
 
Si en España más de la mitad de la demanda eléctrica la cubre la energía fósil –que el protocolo de Kyoto obliga a reducir- y Zapatero piensa acabar con la energía nuclear que atiende a una cuarta parte de la demanda eléctrica, ¿de dónde piensa sacar nuestro presidente la energía para atender una demanda cada vez más creciente? ¿De su talante? ¿De su sonrisa? ¿O es que acaso piensa que la energía hidroeléctrica, tan caprichosa como la lluvia y el viento, va a poder hacerse cargo de todo?
 
Con tanta absurda limitación, lo único que resulta ilimitado es la irresponsabilidad y la demagogia de Zapatero. Lástima que no se puedan traducir en megavatios.

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