Menú
Carlos Semprún Maura

Sirios en la costa

resulta que a Chirac le chiflan los entierros con olor a petróleo. Asad, Arafat, ahora Hariri, no hay mucha coherencia funeraria, pero a eso lo llaman “gran política árabe en Francia

No sé si el Plan-de-la-Tour está de luto oficial. Esa pequeña aldea del sur de Francia, departamento del Var –donde casi todos los años pasamos unos días de vacaciones, mi mujer y yo, desde... 1959–, vio llegar, no a un sultán de Pesia con su caravana de camellos, sino a un hombre de negocios libanés, que se construyó un discreto palacio de mil y una noches en las cercanías, adonde llegaba por helicóptero, desde su yate anclado en el vecino Mediterráneo, con su séquito de cien personas o algo así, según se comentaba en los cafés de Plan: familia, amigos, criados y guardaespaldas.
 
Ese multimillonario, que ha dejado algo así como una leyenda oriental en esa modesta aldea, enriquecida con la venta de tierras para urbanizaciones turísticas, era Rafic Hariri, antes de ser primer ministro del Líbano instalado por los sirios en Beirut. Por lo visto, se hartó de la ocupación siria y se pasó a la oposición. Los servicios secretos sirios acaban de asesinarle, como bien es sabido. Como también es sabido, pero olvidado por muchos, durante la larga y enrevesada guerra civil libanesa, los mismo sirios atacaron con camiones-bomba, conducidos por suicidas los cuarteles de los “cascos azules” restantes.
 
Ni cortos, ni perezosos, los sirios asesinaron también al embajador francés en Beirut, y esa declaración de guerra implícita fue recompensada por el propio Presidente Chirac cuando asistió al entierro del tirano Hafez el-Assad, en 2000. Por cierto, fue el único jefe del estado occidental presente en el sepelio. Pero resulta que a Chirac le chiflan los entierros con olor a petróleo. Asad, Arafat, ahora Hariri, no hay mucha coherencia funeraria, pero a eso lo llaman “gran política árabe en Francia”.
 
Me llama la atención los curiosos problemas de pisos que tienen los políticos franceses. Ya le ocurrió a Alain Juppé y tuvo que mudarse, ahora le ocurre a Hervé Gaymard ministro de economía que se muda. Algo parecido le ocurrió a Pierre Beregovoy, Primer ministro, a quien un millonario amigo de Mitterrand le “puso piso”, y eso armó un escándalo. En los casos de Juppé y Gaymard, los propietarios de dichos pisos eran uno la Alcaldía de París y otro el Estado, pisos defonction se dice aquí, y por lo visto lujosos. ¿No sería mucho más sencillo establecer unas reglas transparentes en relación con todos los pisos para ministros y altos funcionarios, cuyos alquileres corren a cargo del Estado? Madame Gaymard justificó su negativa a alojarse en el piso sito en el propio ministerio porque era demasiado pequeño para sus ocho hijos. Las malas lenguas dicen que es inmenso, pero que al matrimonio Gaymard no le gusta ni el barrio, ni el edificio del ministerio. Les entiendo perfectamente, el barrio es siniestro, y el ministerio un horror arquitectónico de corte estalinista, cuya agresividad simboliza muy bien la agresividad estatal contra los ciudadanos de a pie.

En Internacional

    0
    comentarios