Los que acostumbran a hablar de George Bush en términos despectivos y a tacharle de vaquero iletrado andan todavía buscando una explicación convincente al nuevo enfoque europeo de la política exterior norteamericana. Hace dos semanas la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, realizó una exitosa gira por el continente en la que acercó posiciones entre la nueva administración Bush y la politiquería europea de siempre. Los mandatarios europeos se quedaron sorprendidos por el empuje y la determinación de la joven secretaria en la que, afortunadamente, no existen dobleces. Washington lo tiene muy claro. Los enemigos de América son los enemigos de Europa y así ha venido siendo desde que al final de la guerra mundial se liquidase al nazismo.
La agenda exterior en el segundo mandato de George Bush tiene un objetivo único: la expansión de la democracia liberal por todo el planeta. En ello influye la tradicional vocación americana de ser difusora de los viejos ideales de libertad y el hecho comprobado de que si fuera no existe democracia será mucho más difícil garantizarla en casa. El 11-S despertó a los líderes norteamericanos de su letargo y desde esa toma de conciencia en los días posteriores a la masacre de Manhattan se han liberado dos naciones. Las pruebas están a la vista, en Afganistán e Irak se acaban de celebrar elecciones cuando hasta hace bien poco tiempo esos dos países vivían bajo el yugo de sendas dictaduras sanguinarias.
Los logros en el mundo árabe han demostrado que merece la pena luchar por la libertad. A día de hoy, hay unos cuantos millones de personas más que disfrutan de las bendiciones de la democracia y, lo que no es menos importante, los Estados Unidos -y con ellos todo occidente- se encuentran más seguros. Durante la campaña de Irak ciertos “aliados” europeos como Francia y Alemania no lo entendieron así. Espoleados los segundos por las ínfulas de grandeur de un politicastro de la peor escuela se quebró la alianza atlántica de modo irremediable. Esto propició que la liberación de Irak se convirtiese en una labor propia de titanes y enfrió como nunca antes las relaciones trasatlánticas.
Sin embargo, una vez pasada la reválida de las urnas, el gobierno norteamericano ha demostrado una vez más su generosidad. No hay rencor sino ganas renovadas de embarcar a los aliados naturales de América en la honorable tarea de defender y promover los valores fundacionales de los Estados Unidos y de toda Europa occidental. Las amenazas continúan existiendo. Oriente Medio sigue siendo un polvorín por lo que todos lo esfuerzos que se hagan para llevar allí la democracia siempre serán pocos. En extremo oriente ha nacido una potencia nuclear gobernada por un tirano comunista dado a los delirios y a los puñetazos en la mesa. Tanto el delicado puzzle de Medio Oriente como la amenaza coreana son asuntos que atañen por igual a americanos y europeos. Ambos comparten objetivos luego, ¿por qué no ir de la mano?