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Isabel Durán

Cleptocracia y mafia

Hoy se destapan las esencias de todos los tarros de la corrupción, la de antes y la de ahora. Junto al estatuto de autonomía del tres por ciento, de nuevo, el Ejecutivo trampea la legalidad a favor de su imperio mediático

La corrupción es devastadora. Pervierte las reglas de libre mercado y distorsiona las reglas de juego del Estado de Derecho subvirtiéndolo. La década larga prodigiosa de la corrupción felipista quedó en la memoria de los españoles. Durante ocho años fue cayendo en el rincón del olvido hasta que se hundió el Carmelo y el polvo levantado por sus escombros asfixia a la actual clase política gobernante.
 
Y es que la corrupción afecta a los ciudadanos aunque durante muchos años la hayan percibido como ajena e inherente exclusivamente a la reyerta política. Cinco días después de no acudir el Alto Comisionado de las Víctimas a la manifestación de la AVT , (o sea el Alto Encomendado del presidente del Gobierno para pactar con la ETA) se le derrumba al tripartito nacionalsocialista catalán el túnel del metro del barcelonés barrio del Carmelo, exponentes máximos ambos de la degradación ética y moral del Socialismo Plus de ZP. Y con ellos, aflora toda la pestilencia que ocho años de Gobiernos de Aznar había hecho desaparecer.
 
La justificación de acabar con el terrorismo a cualquier precio convirtió el GAL en el perfume felipista cuyo hedor contaminó prácticamente todas las terminales sociales: la Administración Pública, la Prensa, el poder económico y la Justicia. La corrupción política extendió así sus tentáculos y se convirtió en mafia. Eso es lo que pasó en la España de los Gobiernos de Felipe González.
 
Los cien años de honradez que se habían instalado en La Moncloa en 1982 empezaron por crear una trama organizada para acabar con el terrorismo, que lo que haría sería reforzarlo. Secuestraron, asesinaron y acabaron saqueando el inmenso botín público. Incluso a través de una red institucionalizada de cleptócratas radicada en Cataluña dedicada a la extorsión de la empresa privada dislocaron las más elementales reglas de juego democrático para jugar con ventaja sobre los oponentes políticos y, de paso, muchos de sus dirigentes, llevárselo crudo. Pero no pararon ahí. Tenían que amordazar la libertad de expresión. Compraron cadenas y periodistas, engrandecieron su imperio mediático de cabecera y acabaron por organizar vídeos sexuales para acabar con el director del periódico que con más valentía osó revelar sus tramas negras.
 
Hoy se destapan las esencias de todos los tarros de la corrupción, la de antes y la de ahora. Junto al estatuto de autonomía del tres por ciento, de nuevo, el Ejecutivo trampea la legalidad a favor de su imperio mediático. Afortunadamente el resurgir del efluvio fétido de los tiempos vividos irrumpe con la noticia de que algunos de los delincuentes que perpetraron el intento de asesinato civil de Pedro J. Ramírez ingresarán próximamente en prisión. Esto es, antes y ahora, el Socialismo Plus.

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