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Miguel Ángel Quintanilla Navarro

Flecha blanca, flecha amarilla

El PSOE sabe que no podrá atender las pretensiones de Maragall y de Carod sin que eso debilite dramáticamente su posición como partido nacional.

Las obras de remodelación de la M-30 de Madrid, una de las autovías que circunvalan la ciudad, ofrecen al conductor emociones nuevas cada día. Una de las más llamativas es una gran flecha amarilla dibujada en un panel, perceptible desde unos cientos de metros, que parece indicar la existencia de un desvío provisional. El problema es que a medida que uno se acerca a la flecha comienza a notar algo extraño en ella: primero, que no es una flecha bien perfilada, como las demás; luego, que no es una flecha en absoluto –al menos, no se pretende que lo sea-, sino una serie de tiras de adhesivo amarillo con las que se ha querido ocultar una flecha blanca que indicaba un desvío que ahora está clausurado por una valla metálica y conduce hasta un socavón en el que trabajan grúas y hormigoneras. Quien quiso tapar la flecha blanca estaba tan cerca de ella que carecía de la perspectiva suficiente para ver que en lugar de ocultarla bajo una mancha amarilla, la convertía en una flecha mucho más visible, en “la flecha” en la que todo el mundo se fija cuando pasa por allí. Sólo alejándose lo suficiente se podría haber adoptado la perspectiva adecuada, y  haber visto lo que, sin querer, se estaba dibujando.
 
En los últimos días, los dirigentes nacionales del PSOE han pretendido aprovechar las dificultades por las que parece atravesar Maragall para ocultar el desvío al que su política los ha forzado en los últimos años. Blanco y Chaves han tratado de dejarnos claro que la ruta la marcan ellos y Zapatero, no Maragall; pero lo que en realidad han hecho ha sido sustituir una flecha blanca por otra amarilla, que se ve mucho más y que conduce hasta un socavón, grúas y hormigoneras.
 
El PSOE sabe que no podrá atender las pretensiones de Maragall y de Carod sin que eso debilite dramáticamente su posición como partido nacional. Al tratar de servirse de la debilidad coyuntural del gobierno tripartito para tomar distancia, lo que ha hecho es confirmar que lo que ha defendido hasta ahora no son convicciones sino intereses. Un Maragall débil, -parecen pensar-, puede permitir la restauración de un proyecto nacional sin el que a medio plazo el PSOE no podrá mantener el gobierno.
 
Sin embargo, parece demasiado tarde para eso, porque el PSOE ya ha diseñado su estrategia para el País Vasco y para Galicia imitando la “vía catalana”. Además, no puede ignorar gratuitamente las demandas de ERC, ni en Cataluña ni para toda España. El movimiento de la dirección nacional del PSOE ha sido casi un acto reflejo, un gesto de mera acomodación de quien ha tenido que ejecutar una contorsión antinatural y trata desesperadamente de desentumecerse. No ha sido la manifestación de un cambio de política, un gesto de autoridad. No tiene autoridad quien sólo puede ejercerla “cuando nadie le ve” o cuando el destinatario de la orden  está dormido.
 
Blanco no nos ha ocultado la ruta trazada por Maragall, la ha pintado de amarillo; como las servidumbres, los temores y  estilo de este PSOE, que ahora son mucho más visibles a larga distancia. Por ejemplo, desde Andalucía.

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