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José Vilas Nogueira

Fotofobia

El verdadero remedio contra la corrupción está en las puñetas que, sin querer, evocaba, Artur Mas. Pero en un país, como el nuestro, en el que la justicia está politizada, es decir, sometida a los partidos políticos, puede que se imponga la fotofobia.

Le dieron el Oscar a Amenábar por "Mar adentro". No vi la película, pero la historia es suficientemente conocida. Los filmes anteriores de Amenábar también trataban de la muerte. Retengo para mi argumento "Los otros". En esta historia hay unos niños fotofóbicos y una madre obsesionada por su protección. Al final descubrimos que todos están muertos. No se sabe, en cambio, que los niños fuesen catalanes. Convenía aclararlo porque los políticos catalanes también están aquejados de fotofobia, aunque estos están vivos, demasiado vivos. Se hundió un barrio en Barcelona y la primera preocupación del tripartito triprogresista Gobierno catalán fue excluir del escenario a los periodistas. Como la chapuza o el delito tienen autoría progresista, la "sociedad civil" enmudeció. Bastante suerte tienen los afectados si no los acusan de extrema derecha desestabilizadora. Los sindicatos de denodados campeones de la "sociedad civil", infatigables debeladores de la corrupción, el secretismo y la incompetencia política sólo aparecen cuando gobierna la derecha. Estos sindicatos transitan de la fotofobia a la fotofilia, según el color del gobierno. Una de las mayores indecencias de la vida política contemporánea son estos movimientos pretendidamente espontáneos y apartidarios.
 
Como la oposición nacionalista de derechas pidió responsabilidades, en el Parlamento de Cataluña, al gobierno de la Generalidad, el Presidente de ésta les contestó que su problema era el 3%. En un pentecostés laico, todo el mundo entendió que Maragall decía que los Gobiernos de Pujol cobraban comisiones por la contratación de las obras públicas. Y lógicamente se armó la marimorena. Artur Mas, que es el líder de Convergencia i Uniò (CiU), ha pedido una rectificación formal y ha dicho que, en su defecto, se retiran de la Comisión interpartidaria de elaboración de un nuevo Estatuto de Autonomía y han presentado una querella por calumnias e injurias.
 
Un par de cosas cabe destacar. La primera y menos importante, la escasa cohesión del tripartito, ya puesta de manifiesto reiteradamente desde su constitución. Esquerra Republicana de Catalunya se posiciona contra la corrupción, pero se sitúa al margen del PSC (Carod-Rovira se ha entrevistado con Piqué (!), e Iniciativa per Catalunya va a ostentar la presidencia de la Comisión de investigación parlamentaria. CiU, que es la fuerza más representada en el Parlamento catalán ha renunciado a esta presidencia, para no ser juez y parte en el asunto. Si Iniciativa la acepta será que tampoco se considera parte. Las tres patas del tripartito están, pues, tan disjuntas que mal asiento hacen.
 
La segunda cuestión es más importante. Ante la acusación de cobro de comisiones, Artur Mas dijo que el Presidente había mandado a hacer puñetas la legislatura, una legislatura de tanta transcendencia para Cataluña, en cuanto se había impuesto la tarea de redacción de un nuevo Estatuto. Y sólo en base a este argumento, dijo literalmente, el Presidente Maragall medio se disculpó. Pero, como una y otra cosa, la existencia o no de corrupción en los Gobiernos de Pujol y la redacción de un nuevo Estatuto de autonomía son cuestiones independientes, esta medio disculpa es una ratificación de la acusación.
 
La conciencia contemporánea ha urgido y urge cada vez más la eliminación de la corrupción política. Esta demanda se enfrenta, sin embargo, a notorias dificultades. La enorme importancia que la actividad pública tiene en las economías contemporáneas, la por veces inextricable relación de las elites políticas y las económicas, la profesionalización de la política son elementos que estorban la lucha contra la corrupción. El panorama se agrava en aquellos sistemas políticos más intervencionistas. El primer remedio contra la corrupción es el pluralismo democrático. Los diversos partidos pueden vigilarse así recíprocamente, denunciando los supuestos de corrupción en que hayan podido incurrir los adversarios. Pero este remedio puede resultar insuficiente, por la colusión de las elites de los diversos partidos. Siempre hay una justificación a mano: el superior interés de la comunidad y/o el enemigo exterior. Estos recursos legitimadores de la corrupción son tanto más exitosos cuanto dominen sentimientos de irredentismo y victimismo en el seno de la comunidad. "Es verdad que hay casos de corrupción, pero sacarlos a la luz daría armas a nuestros enemigos" (de la nación o comunidad de que se trate). Por ejemplo, Artur Mas ha dicho que la presentación de la moción de censura por el Partido Popular responde a una estrategia ajena a Cataluña. No es, por tanto, raro, que los partidos nacionalistas sean particularmente propensos a la corrupción, como saben en Cataluña y el País Vasco. También Maragall ha hecho su contribución al ocultamiento nacionalista de la corrupción, denunciando una "involución" de la política autonómica del PSOE. Por una vez, José Blanco le contestó adecuadamente.
 
Por eso, el verdadero remedio contra la corrupción está en las puñetas que, sin querer, evocaba, Artur Mas. Sólo una justicia independiente puede combatir la corrupción. Por el castigo de supuestos concretos y por el efecto disuasorio general que su persecución tendría. En un país, como el nuestro, en el que la justicia está politizada, es decir, sometida a los partidos políticos, no cabe ser muy optimista. Puede que se imponga la fotofobia.

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