Hace ahora un año, casi exactamente. Una operación especial del ejército israelí en territorio enemigo había acabado con la vida del Jeque Yasin, dirigente máximo de Hamás. Miguel Ángel Moratinos no era aún ministro, pero se precipitó a hacer méritos para serlo. “La noticia es catastrófica, porque era el líder espiritual de Hamás”, declaró. Y se quedó tan contento, a la espera de su cartera ministerial, el mismo caballero que, unos meses más tarde, aseguraría haber tenido información exacta sobre los autores de la masacre del 11 de marzo, a las pocas horas de realizarse y de fuentes de inteligencia árabes.
Claro que Yasin era el líder, espiritual y militar, de Hamás. De esa misma Hamás con la que, ya entonces, Moratinos decía haber mantenido negociaciones, aunque éstas hubieran sido “decepcionantes”. De esa misma Hamás que fue la que inventó el procedimiento de las mochilas-bomba y los chalecos-bomba contra la población civil de los transportes públicos israelíes. El modelo exacto, casi el plagio, de lo que –aún seguimos sin saber, aunque lo sospechemos, con qué sombrías complicidades– fue ejecutado en Madrid el día once de marzo de 2004; o sea, once días antes del arrebato admirativo de Miguel Ángel Moratinos por el Jeque Yasin.