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De nuevo Kosovo

Aceptar un Kosovo independiente supone enviar un mensaje muy peligroso a todos los movimientos secesionistas del planeta: una guerra concluye en la intervención internacional y en la ansiada independencia, luego vale la pena

Entre las siempre preocupantes noticias que nos llegan del mundo árabe, del régimen persa o de Corea del Norte, destaca una que procede de Kosovo, de aquel dramático capítulo de la crisis general que los Balcanes vivieron a partir de la descomposición del Imperio Soviético. El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia ha procesado a Ramush Haradinaj, Primer Ministro de Kosovo. Haradinaj ha presentado la dimisión y se ha trasladado a La Haya para hacerse cargo de su defensa.
 
La crisis de Kosovo fue la más delicada y peligrosa de las distintas guerras que jalonaron la descomposición de Yugoslavia, el sueño de un estado que reunía a los eslavos balcánicos. La intervención de la OTAN, sin resolución del Consejo de Seguridad que la amparase, evitó la crisis de la propia Alianza, la expansión del problema a Macedonia y el temido choque entre Grecia y Turquía por la suerte de los macedonios. De aquellos días proceden tres herencias complejas.
 
Aunque ya había algún precedente, fue a propósito de la intervención en Kosovo cuando se estableció firmemente un nuevo principio revolucionario en las relaciones internacionales: la injerencia por razones humanitarias. En 1555, en el famoso” Interim de Augsburgo” se había acordado el principio de cuius regio eius religio (la religión de cada territorio será la de su soberano) Idea refrendada en el Tratado de Westphalia, en 1648, en el colofón de las guerras de religión. Era la base del derecho de no injerencia en los asuntos internos de un estado soberano, reconocido en la Carta de Naciones Unidas. Cuatro siglos y medio en los que la sociedad internacional asumió que para convivir había que establecer algunas reglas básicas, de espaldas a los principios morales sobre los que se había levantado Occidente. El derecho de no injerencia se mantiene hoy, aunque con importantes limitaciones: ningún gobernante puede ampararse en el derecho internacional para cometer violaciones sistemáticas de los derechos humanos contra sus propios conciudadanos. Es en esa circunstancia cuando otras naciones pueden considerar su derecho a intervenir ¿Cómo se regula este nuevo derecho? ¿Quién tiene la autoridad para decidir cuándo? Lo único que tenemos claro es que en una sociedad en la que la información se cuela por todas partes no es posible mantenerse de brazos cruzados ante determinadas situaciones.
 
Milósevic, en su megalomanía, convirtió a los albaneses en mártires y al Ejército de Liberación de Albania en una guerrilla reconocida internacionalmente. Los albaneses se habían visto privados de su autonomía y Milósevic estaba forzando a muchas familias a abandonar sus viviendas con un destino incierto. Su causa se convirtió en todo un símbolo, dejando en el olvido que el contrabando de armas y drogas era el principal negocio del territorio y que muchos de los dirigentes guerrilleros eran tan mafiosos como terroristas. La paz requería justicia. Se empezó por el agresor, Milósevic, y por sus cómplices. Pero la persecución no se podía detener en el campo serbio. El procesamiento de Haradinaj, uno de los más destacados jefes guerrilleros, es un paso muy importante para una futura reconciliación. Sólo persiguiendo a todos los que cometieron crímenes de guerra se pueden poner las bases para la reconstrucción política.
 
El establecimiento de un protectorado sobre Kosovo dejaba conscientemente sin resolver un problema de extrema gravedad, que se había tratado de obviar en las fallidas conversaciones de paz: la independencia. Kosovo es parte de la República de Serbia, una de las repúblicas federadas de la antigua Yugoslavia. Tenía estatuto de autonomía pero sus habitantes, eslavos musulmanes, venían demandando la plena soberanía. En aquellos días muchos afirmaron que tras lo ocurrido era imposible la convivencia de ortodoxos y musulmanes en un solo estado. Otros optaron por posponer la resolución del conflicto décadas, dando por hecho que el protectorado se mantendría durante cuarenta años. El gobierno español del momento argumentó su presencia militar en la necesidad de poner freno al “nacionalismo excluyente” serbio, representado por Milósevic, y rechazó en todo momento la alteración de las fronteras.
 
Aceptar un Kosovo independiente supone enviar un mensaje muy peligroso a todos los movimientos secesionistas del planeta: una guerra concluye en la intervención internacional y en la ansiada independencia, luego vale la pena.

Decidimos intervenir en Kosovo libremente, establecimos un nuevo principio revolucionario que aporta moralidad a las relaciones internacionales, evitamos una catástrofe humanitaria... y ahora tenemos el deber de integrar Kosovo en Serbia. El procesamiento y la dimisión de su primer ministro es un paso importante en este sentido.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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