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José García Domínguez

In memoriam

hace justamente un año, en el andén de la estación de Atocha, la barbarie plantó cara a la civilización y se impuso. Todos lo sabemos. Hace justamente un año, en ese andén, la razón se rendía y caía de rodillas frente al fanatismo

Fue Milan Kundera quien escribió que la lucha del individuo contra el Poder es el combate de la memoria frente al olvido. El suyo es el otro gran imperativo que hoy, ahora mismo, nos reclama no olvidar, ni un sólo día, ni un sólo instante. El que nos manda recordar que al Muy Honorable padrino político del presidente del Gobierno, Pasqual Maragall, sólo le faltó felicitar a los asesinos cuando las víctimas del Once de Septiembre aún permanecían bajo los escombros. Recordar su gesto inexpresivo mientras declaraba a ABC que tras los genocidas del otro 11-M, había “un elemento muy importante de rencor con base real”.
 
Recordar que el protegido monclovita del Padrino catalán lleva justamente un año, 365 días, alimentando cotidianamente su propia base real de rencor, la que quiere justificar el otro 11-S, el de Madrid. Recordar su llamamiento a la deserción de las democracias que combaten a Ben Laden en Irak. Recordar la indisimulada apología del nihilismo islamista en todas las terminales mediáticas de su Comisariado de Agitación y Propaganda. Recordar el sinfín de mantras antioccidentales que pergeñan sin tregua sus intelectuales orgánicos. No olvidar, ni un solo día, ni un solo instante, el origen de su apostolado militante del rencor. Recordar que nació del maridaje siniestro entre su propia legitimidad y la de la causa de los terroristas que lo arrastraron en volandas al gobierno.
 
Recordar que hace justamente un año, la voluntad de poder de una sombra incierta retó a un pulso a la voluntad de ser de una nación soberana, la nuestra. Recordar también que no lo perdió. Porque, hace justamente un año, en el andén de la estación de Atocha, la barbarie plantó cara a la civilización y se impuso. Todos lo sabemos. Hace justamente un año, en ese andén, la razón se rendía y caía de rodillas frente al fanatismo. Y estamos llamados a recordar que sigue ahí, que aún no se ha erguido.
 
Como debemos recordar que mientras esa sombra negra movía sus peones en el tablero de la muerte, la ética de la responsabilidad claudicaba ante el oportunismo ético, al tiempo que la moral de lo abyecto se travestía de virtud cívica. Es inexcusable recordar que así el olvido humilló la memoria. Por eso, también por eso, especialmente por eso, estamos obligados a recordar. Es más, estamos condenados a recordar. A recordar, por encima de todo, que mientras no descubramos qué poder se ocultaba tras aquella sombra criminal, jamás cicatrizarán las 192 heridas que hoy, ahora mismo, surcan nuestra memoria. La de España.

En España

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