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Juan Carlos Girauta

Surrealistas catalanes

Se trata de Francesc Pujols, célebre por haber sostenido que algún día los catalanes, al ir por el mundo, lo tendríamos todo pagado por el simple hecho de ser catalanes

Si el último ministerio de Cultura del Partido Popular hubiera hecho bien su trabajo preparatorio y hubiera creído más en la espontaneidad de muchos emprendedores de la cultura, el año pasado habría sido un auténtico año Dalí y las nuevas generaciones habrían aprendido algo sobre la figura irrepetible del pintor, escritor y provocador de Figueres que conmocionó Nueva York, sacó de quicio a André Breton y dejó un legado inacabable al Ampurdán. Pero el departamento de Pilar del Castillo consideró que nada concerniente al centenario debía quedar fuera de la Fundación Gala-Salvador Dalí. Por eso pudo un hosco ingeniero, de talante y acervo radicalmente ajeno al universo daliniano y de obediencia política contraria a los gestores del ministerio que le tutelaba, asfixiar toda esperanza.
 
Los años y la conveniencia han servido para inventar otro Dalí, un Dalí estático, domesticado y falso. Un icono apacible y armónico con el nacionalismo ambiente que nada tiene que ver con el hombre que legó su obra al Estado español tras dejar bien claro que en absoluto deseaba que sus cuadros quedaran en manos de la Generalitat y que, según cuenta Luis Racionero, se ponía la Marcha Real antes de acostarse.
 
Lo mucho que Figueres le debe a Dalí se advierte en el millón largo de visitantes que recibe el Teatro-Museo cada año y también en la masiva explotación local del icono en los letreros, en forma de largos y puntiagudos bigotes, en los relojes blandos por doquier o en la gastronomía de reminiscencias pictóricas. Salvador Dalí se proclamó salvador del arte moderno; también ha sido, después de muerto, el feliz salvador de muchos pequeños negocios locales.
 
Estos días se está recordando (véase Tomás Cuesta sobre Arcadi Espada y Arcadi Espada sobre Pla) a un personaje que Dalí admiraba y cuya huella se empeñó en perpetuar en su obra escrita y en homenajes lapidarios. Se trata de Francesc Pujols, célebre por haber sostenido que algún día los catalanes, al ir por el mundo, lo tendríamos todo pagado por el simple hecho de ser catalanes. El atractivo de esta idea puede deberse a que, más allá de la boutade, entrevemos en ella un fondo de inexplicable verosimilitud. Acaso Pujols, inmerso en la agitación finisecular, supo captar la esencia del catalanismo político y presentarla cruda y alegremente, despojada de toda su hojarasca.
 
En 1906, el joven Francesc Pujols publicó, bajo el seudónimo Augusto de Altozanos, una novela en castellano que ha tenido que esperar un siglo para volver a ver la luz. Su hijo Faust nunca consintió su reedición. En breve la tendremos en nuestras manos gracias aEdicions i Propostes Culturals Andana. El título original de la novela es desconcertante:El nuevo Pascual. El subtítulo más:Manual de la prostitución.

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